Génesis 17, 7
¡Oh Señor, Dios y Padre nuestro, qué inmenso y bondadoso eres! En cada generación, te revelaste a tu pueblo y nos mostraste tu poder, tu gloria y tu majestad. Pero por encima de todo, nos has mostrado lo absolutamente fiel que eres a tus promesas.
Desde la desobediencia de nuestros primeros padres, tú, Señor, nos prometiste reconciliarnos contigo. Entonces, elegiste a Abraham, nuestro padre en la fe, e hiciste una alianza eterna con él, alianza que recordaste en los días de mayor desolación cuando éramos esclavos en Egipto, hasta que nos rescataste por medio de tu siervo Moisés. Y no solamente nos libraste, sino que nos uniste a ti mediante una alianza diferente a las demás.
Una y otra vez, cuando nos olvidamos del pacto y comenzamos a comportarnos como las otras naciones, tú siempre fuiste magnánimo y fiel en extremo, y por medio de los profetas nos llamaste con paciencia y persistencia a que volviéramos a tu lado. Por boca de Jeremías y Ezequiel, nos prometiste congregarnos nuevamente e inscribir tu ley en nuestros corazones. Sí, nos prometiste darnos un corazón nuevo y un espíritu nuevo para que te fuéramos fieles.
Entonces, llegado el momento propicio, tú, Padre amado, hiciste una nueva alianza con la Sangre de tu Hijo unigénito, mediante la cual borraste nuestros pecados, nos reconciliaste contigo para siempre y nos diste la promesa de la vida eterna. Por todo esto, Padre bondadosísimo, tu gracia está constantemente disponible para iluminarnos, fortalecernos y llevarnos cada vez más cerca de ti.
Padre santísimo, ¡te damos gracias y te alabamos porque nunca nos has fallado! Al meditar en tu fidelidad a través de los siglos, nos llenamos de un reverente asombro y solamente queremos alabarte, bendecirte, adorarte y seguirte. ¡Te estamos eternamente agradecidos!
Oh, Padre y Creador nuestro, te damos gracias por tantas cosas: por revelarte a nosotros, por la muerte y la resurrección de tu Hijo Jesucristo, por el sublime don de tu Espíritu Santo, por tu Iglesia, por tus mandamientos y las fuerzas para practicarlos y por la promesa de la vida eterna. ¡Gracias infinitas, Padre benevolentísimo, gracias!
“Oh Dios y Padre mío, sé que tú eres fiel y verdadero y que habitas en una luz inaccesible. No quiero hacer otra cosa que amarte, alabarte y servirte todos los días de mi vida.”
Salmo 105, 4-9
Juan 8, 51-59
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