Juan 12, 3
María de Betania había escuchado muchas veces las enseñanzas del Señor. Ella y su hermana Marta aprendieron a amarlo más desde que lo conocieron personalmente y, además, ¡él había hecho revivir a su hermano Lázaro cuando éste había muerto! Por mucho que los demás dijeran algo distinto, María sabía que Jesús era el Hijo de Dios.
En efecto, María había llegado a experimentar la realidad de conocer verdaderamente la identidad de Jesús. Lo había comprobado personalmente en el perdón de sus pecados y en el sentimiento de profunda gratitud y adoración que él suscitaba en ella; por eso no iba a dejar que nada le impidiera acudir a su lado y seguir el deseo de su corazón de demostrarle cuánto lo admiraba y lo quería; aun cuando en circunstancias normales tal vez se hubiera sentido cohibida.
María sabía que en Cristo tenía una completa esperanza de vida eterna. Pero desde antes ya había decidido amarlo de todo corazón y seguirlo como discípula. Ahora, cuando Jesús se aproximaba al fin que ya había anunciado, le demostró su amor y devoción derramando generosamente sobre sus pies un perfume de nardo costosísimo. Así fue como, llena de amor y gratitud, le lavó los pies al Señor y se los secó con su cabello. Esta acción tan dramática y extraña brotaba de un corazón que había sido perdonado y de un espíritu y una mente totalmente llenos de amor a Dios.
Piensa, querido lector, si en esta Semana Santa, tú puedes amar a Cristo con una parecida entrega y devoción. ¿Estás dispuesto a darle al Señor un lugar especial en tu corazón ahora mismo y rendirle honor arrepintiéndote de tus faltas, abriendo los lugares oscuros de tu vida y entonando himnos de alabanza y adoración? Así como el aroma del perfume de María llenó toda la casa, nuestra adoración a Jesús es capaz de despedir una fragancia suave y agradable que suaviza el corazón y aclara la mente. Esta semana, si te dedicas a orar y alabar a Cristo cada día, mantente atento para ver los cambios que puede haber en las actitudes de tus familiares y amigos. Y cuando veas esos cambios, recuerda que son el fruto del haberle dado un lugar de honor al Señor en tu propio corazón. Y son también un testimonio para ellos.
“Jesús, Señor mío, ¡tú eres digno de toda alabanza! ¡Ayúdame, te ruego, a abrir el corazón delante de ti hoy día y enséñame a amarte cada día más con toda mi alma!”
Isaías 42, 1-7
Salmo 27(26), 1-3. 13-14
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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