¡Buen día, Espíritu Santo,
Divino y Santo Consolador!
Tesoro de Bendiciones, Dueño de la Vida,
En las horas de soledad, cansancio y pena, ¡Ven!
En los tiempos de fracaso, en las pérdidas y decepciones, ¡Ven!
Cuando los otros me fallen, cuando yo falle a los otros: ¡Ven!
Cuando la enfermedad me visite, la incapacidad me atrape,
la depresión gane espacios, ¡Ven!
En cada alegría, cada palabra, en cada gesto y en cada silencio: ¡Ven!
Al consagrarte mi jornada, consagro en el Altar de Tu Corazón mi corazón,
y desde mi corazón a los míos, a los que caminan cerca,
a los que decidieron caminar más lejos, a los que me esperan,
a aquellos a los que espero.
Amén.
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