Cuando alguien quiere alcanzar la humildad, siempre encuentra muchos obstáculos. Pero si obtiene la fe y cree en las palabras de Dios, todos esos obstáculos desaparecen.
Como bien saben, hermanos míos, nunca ayuné con severidad, ni tampoco hice largas vigilias, ni sacrificios o esfuerzos semejantes y rigurosos. Nunca sometí mi cuerpo, sino que, conociendo mi indignidad, siempre pensé en mis propios pecados, acusándome sólo a mí mismo; así, humillándome, nuestro Todopoderoso y Misericordioso Dios me libró de todo mal, como dice David: “Me humillé y así fui salvado”.
Para decirlo en pocas palabras, siempre creí solamente en las palabras de Dios y el Hombre, y mi Dios me recibió, junto a Él, en esta fe. Y es que, cuando alguien quiere alcanzar la humildad, siempre encuentra muchos obstáculos. Pero si obtiene la fe y cree en las palabras de Dios, todos esos obstáculos desaparecen. Y es fácil obtener la fe, si lo deseamos con toda el alma. Porque la fe es un don de nuestro Bondadosísimo Dios, que nos fue dado de forma natural para mantenerlo siempre en la fuerza de nuestro libre albedrío. [...]
Esta es la razón de la venida del hombre al mundo: encontrar en todo el motivo para alabar a Dios, Quien le otorgó también conocer a su Benefactor y Protector, para que busque cómo agradecerle con palabras y obras, y así hacerse merecedor de otras bondades y dones, grandes y eternos, de parte de Suya.
(Traducido de: Sfântul Simeon Noul Teolog, Învățături, volumul II, Editura Credința Strămoșească, 2003 - Publicado en Doxología.
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