lunes, 27 de mayo de 2013

¡Dichoso el que está absuelto de su culpa!

SALMO 31
SOMBRAS DE MI ALMA
p. Carlos Valles sj
He obrado el mal, y he pretendido olvidarlo.
Le he quitado importancia, lo he acallado, lo he disimulado.
Me he justificado a mí mismo en secreto ante mi propia conciencia: no se trata de nada importante, a fin de cuentas; todo el mundo lo hace; no tenía más remedio; ¿qué otra cosa pude haber hecho? Dejémoslo en paz, y su recuerdo desaparecerá; y cuanto antes, mejor. 

Pero el recuerdo no pasó. Al contrario, aumentó en mí la tristeza y el desasosiego.
Cuanto más tiempo pasaba, más agudo se hacía el aguijón del dolor en mi conciencia.
Mis esfuerzos por olvidarme sólo habían conseguido turbarme y apesadumbrarme más.

“Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día;
porque día y noche tu mano pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco.”
 


Estaba disgustado conmigo mismo y enfadado con mi propia debilidad.
Algo quedaba colgando en mi pasado; una herida abierta, un capítulo inacabado, un delito sin expiar. Había tragado veneno, y allí estaba distribuyendo por todo mi organismo su efecto letal de angustia y desesperación. Por fin, no pude más y hablé.

“Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito:
confesaré al Señor mi culpa.
Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.”
 


Lo manifesté todo ante mí mismo y ante ti, Señor.
Admití todo, acepté mi responsabilidad, confesé.
Y al momento sentí sobre mí el favor de tu rostro, el perdón de tu mano, el amor de tu corazón.
Y exclamé con alegría nueva:

“¡Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado!
¡Dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito!”
 


Dame la gracia de ser transparente, Señor.
Transparente contigo y conmigo mismo, y, en consecuencia, con todos aquellos con quienes trato. No tener nada que esconder, nada que disimular, nada que disfrazar en mi conducta o en mis pensamientos. Quiero acabar con todas las sombras por los rincones de mi alma, o, más bien, aceptarlas como sombras, es decir, aceptarme a mí mismo tal como soy, con sombras y todo, y aparecer como tal ante mi propia mirada y la de todos los hombres y la de tu suprema majestad, mi Juez y Señor.

Que me conozca yo tal como soy, y que así me conozcan también los demás.
Quiero ser honesto, sincero y cándido.
Quiero ser transparente en mis luces y en mis sombras.
Y que la gratitud de la realidad me compense por los fallos de mi flaqueza.

“Tú eres mi refugio:
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.”

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