3er.
Día:
¡Salud
de nuestras vidas!
Ven Espíritu Santo, manda tu luz desde el cielo
Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido
luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo.
Ven dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos
mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro,
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos
por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Amen. Aleluya.
Hoy vamos a rezar por la salud. Seguramente es uno de los temas que más
nos preocupa a todos. Dios nos regaló la vida para que la disfrutemos
plenamente pero nuestra naturaleza humana se debilitó por el pecado y esa fragilidad
hace que a veces nos enfermemos. La enfermedad nos provoca tristeza, angustia,
agobio, y recurrimos a Dios para que nos ayude con su poder. Jesús recorrió las
calles de su pueblo llevando salud a todos, tanto a los enfermos físicos como a
los enfermos del alma. Hoy nosotros vamos a reflexionar sobre el amor de Dios
que por medio del Espíritu se acerca a nosotros para sanarnos y salvarnos.
Del profeta Isaías:
“El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me
envió a llevar la buena noticia a los pobres, a liberar a los oprimidos, a dar
la vista a los ciegos y anunciar un tiempo de gracia del Señor. A transformar
las tristezas de los hombres en alegría”.
Palabra
de Dios.
El profeta habla de una misión que consiste en ser solidario con los
que más sufren. Ya sea pobreza, enfermedad, opresión…todo tipo de dolor físico
y espiritual. Pero esa misión no se le ocurre a él ni la va a hacer con su
propia fuerza. El que lo anima y fortalece es el Espíritu Santo. El Espíritu lo
manda y lo acompaña para sanar, perdonar y liberar.
Por eso nos preguntamos:
- ¿Somos
conscientes de que nuestras dolencias y enfermedades no son un castigo divino
sino que al contrario, debemos recurrir a Él con confianza para que nos sane?
- ¿Le transmitimos
confianza y paz a los enfermos cuando los visitamos o a veces contagiamos
tristeza y preocupación?
- ¿Cómo
reaccionamos cuando rezamos por la salud de alguien o por la nuestra y no hay
mejoría? ¿Desconfiamos de Dios o seguimos poniendo todo en sus manos?
- ¿Le rezamos al
Espíritu Santo por los enfermos?
- ¿Cuándo rezamos
por los enfermos pensamos sólo en los del cuerpo o también en los que están
enfermos en el espíritu?
Recemos el Padrenuestro
aceptando, con la oración, la voluntad del ¡Padre Nuestro...!
Saludemos a María y pidamos también su intercesión por todos los que
sufren en el cuerpo y en el espíritu. Dios te salve María…
Oración
final:
Espíritu de Dios, la tierra llenas,
Las mentes de los hombres las bañas
con tu luz.
Tú que eres luz de luz, divino fuego,
Infunde en todo hombre la fuerza de
la cruz.
Sé luz resplandeciente en las
tinieblas
de quienes el pecado sumió en la
oscuridad.
Reúne en la asamblea de tus hijos
Los justos que te amaron,
los muertos por la paz.
Acaba en plenitud al Cristo vivo;
Confirma en el creyente la gracia y
el perdón
Reúnenos a todos en la Iglesia,
Testigos jubilosos de la
resurrección.
Amén.
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