domingo, 5 de mayo de 2013

Necesitamos perder el miedo a equivocarnos

El humilde no tiene miedo de equivocarse



Quien se reconoce y se acepta tal como es, quien es humilde no tiene miedo de cometer errores. ¿Por que? Porque si, después de considerar, prudentemente, la decisión, todavía comete errores, eso no le sorprenderá, porque sabe que es propio de su condición limitada. San Francisco de Sales dijo de una manera muy expresiva: “¿Por que se sorprende de que la pobreza es miserable?”.

Todavía me acuerdo de aquel día en que subimos la ladera de la “Perdices”, en São Pablo, para dar mi primera clase en la Facultad Paulista de Derecho, de la PUC (Pontificia Universidad Católica). Girando y revisando las materias, repitiendo conceptos e ideas. Estaba nervioso; no sabía que impresión causaría mis palabras en aquellos alumnos de rostros desconocidos. ¿Y si me hacen alguna pregunta que no sepa responder? ¿Y se, en medio de la exposición, me olvidase la secuencia de ideas?
Entré a la clase nervioso, con una sonrisa artificial. Empecé a hablar mucho. Estaba excesivamente pendiente de lo que decía, tampoco miraba a los alumnos a la cara. Hablé cuarenta y cinco minutos seguidos sin interrupción, sin consultar siquiera una nota.
Me di cuenta, sin embargo, un cierto distanciamiento de la “clase”. Un chico, muy comunicativo e inteligente, tal vez para superar la distancia creada entre el grupo y el profesor, se acercó y me saludó: “Felicitaciones, profesor. ¡Que memoria! No consultó, en ningún momento, sus notas. ¡Fue muy interesante!”
Respiraba, pero, desconfiado, he preguntado: “¿Has comprendido lo que dije?” Maravillado con mí pregunta; porque no la esperaba. Sonriendo, me confesó: “Entendí muy poco, y, por lo que pude observar, la “clase” entendió menos aún”.
La lección fue clara: “Había dado clase para mí y no para ellos. Había dado la clase para demostrar que estaba capacitado, pero no para enseñar”. “Faltaba descontractura”, didáctica, empatía, no había hecho ninguna pausa, ninguna pregunta. Fue todo académicamente perfecto, como un bello cadáver. Había sido un fracaso.
También recuerdo que, cuando bajaba la ladera, hice el propósito de intentar ser más humilde. De preparar un algo mas sencillo, de perder el miedo a equivocarme, ese miedo que me dejaba tan nervioso y tan cansado; de pensar mas en los alumnos y menos en la imagen que podían hacer de mí. Y si me hacen una pregunta que aún no se responder, ¿que iba decir? Bueno, iba decir la verdad, que necesitaba estudiar la cuestión con más calma y, en la próxima clase, les respondía. Tan sencillo.
¡Estaba muy tranquilo para subir la ladera al día siguiente! ¡Y vi los estudiantes más agradecidos por mi actitud más flexible, más desinhibido, más simpático! Una lección que tuve que aprender muchas veces a lo largo de mi vida de profesor y de sacerdote: la simplicidad, la transparencia y la espontaneidad son el mejor remedio para el estrés y la timidez y el recurso más eficaz para que nuestras palabras y nuestros deseos de hacer el bien tengan resultados.

No miremos las pupilas de los demás como si fuera un espejo, que refleja nuestra propia imagen; no estemos pendientes de la respuesta que ese espejo puede dar a las preguntas que nuestra vanidad fórmula continuamente: “¿Que piensa usted de mi? ¿Te gustó la disertación que hice? Todo esto es raquítico, tiene olor de “yo”, inmoviliza y retrae, inhibe la espontaneidad. Tenemos que perder el miedo a equivocarnos y nos equivocaremos menos.
Monseñor Rafael Llano Cifuentes
Fuente: Portal www.cancionnueva.com

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