Parte XXVIII
Si
alguien quiere saber cuál es la importancia de las sanaciones y de los milagros
para el cristiano basta leer los Hechos de los Apóstoles. Las gracias
extraordinarias que acontecieron después de la muerte y resurrección, los
discípulos las percibieron, con mayor claridad, que eran por el Espíritu Santo
que todo lo hacía. Era algo tan evidente que llevó a Pablo a decir que todo
aquello que realizaba era en virtud de la gracia que le fuera dada por Dios; y
lo hacía no por la palabra, sino también “por el poder de las
señales y prodigios, por la fuerza del Espíritu”
(cfr. Rom 15, 18-19)
Las
sanaciones, conversiones, el crecimiento de la Iglesia no podían ser simples
obras humanas. Pablo sabía distinguir muy bien lo que era resultado de su
inteligencia y esfuerzo de aquello que era una demostración del poder del
Espíritu (cfr. 1 Cor 1,4) Lo que hoy la Renovación Carismática Católica testimonia
es que ese poder de Dios, tantas veces especulado y, por muchos, considerado
cosas del pasado, ella lo experimenta en nuestros días. En el libro “El es el Señor y da la Vida” el
cardenal Ives Congar afirma que “si recordamos como el proceso de Jesús continua
en la historia, el Espíritu Santo, en la Renovación, conforta poderosamente a
los discípulos de Jesús, convenciéndolos de que el mundo está errado (cfr. Jn
16, 8-11). Ellos son los discípulos de Jesucristo, del Señor Jesús, y no
solamente de “Jesús de Nazareth” que los cristianos politizados y secularizados
citan. Mejor todavía; en un tiempo en que el iluminismo del siglo XVIII eliminó
el cristianismo de los lugares físicos y de las intervenciones del poder de
Dios en la trama humana de la vida, la Renovación afirma experimentar tal poder
y conocer intervenciones sensibles de Dios: ¡”El está vivo!”
En
un congreso de la Renovación Carismática Católica de Colatina (ES),
participamos de momentos intensos de oración y profunda intimidad con Dios.
Muchos frutos surgieron de este día de alabanza y adoración, inclusive el
siguiente testimonio:
“Quiero
testimoniar muchas gracias recibidas el domingo durante la predicación sobre la
Eucaristía. Usted hablaba de la fuerza que la Palabra de Dios tiene. Y,
después, durante la oración hubo un momento de clamor a Dios por todos los que estaban
ahí. Una señora conocida, pidió a Jesús visitase la hija de ella que estaba
hace más de un mes dentro de un cuarto oscuro. Mi amigo, cuando esa señora
volvió a su lugar, la casa estaba toda abierta, su hija se había levantado y le
dijo: “Mamá, Jesús estuvo aquí y me pidió que me levantase”. Escribo
estas líneas con lágrimas en los ojos y el corazón repleto de alegría”
En
la Iglesia Católica, siempre hubo hombres temerosos de Dios que fueron canales
de sanación, También se constataron mejoras evidentes después que los dolientes
recibieron la unción de los enfermos. Pero queda todavía una idea de que esas
sanaciones fueron principalmente resultado de la intercesión de los santos del
cielo, principalmente de María Santísima. Con la Renovación Carismática
Católica, las sanaciones vuelven a mostrarse fruto de la fe y de la oración de
las personas aquí en la tierra, de esas personas que hacen parte de la Iglesia
que lucha en este nuestro mundo. Y todo eso sucede en un clima de humildad,
procurando evitar todo y cualquier sensacionalismo que podría fácilmente
impresionar para colocar a la Iglesia en evidencia. El clima de oración donde
el Espíritu Santo derrama maravillosamente sus gracias es siempre el mismo:
entrega y fe incondicional en Jesús que está vivo y cuyo Espíritu actúa con
poder; oración fraterna en común, pues quien
está lleno de Dios no actúa solo, a no ser en una excepción, imposición de
manos que, acompañando la oración en fe, es un gesto bíblico ordenado por Jesús
e indica la acción poderosa del Espíritu Santo que está siendo invocado, y por
fin, un profundo agradecimiento a Dios, aún antes de percibirse alguna mejoría
aparente. Se trata de sumergirse de
cabeza en una experiencia de fe y de oración y abandonarse en amistad con el
Dios vivo que transforma la manera de lidiar con nosotros mismos, inclusive
con nuestro cuerpo. Si el Espíritu Santo
produce sanaciones físicas, produce todavía más sanaciones espirituales e
interiores.
Alguien
me contó: “Por
varios años alimenté remordimientos y rencores que solo me hicieron sufrir
mucho, por varios años viví en un submundo. Dios a pesar de todo, nunca me
abandonó. Me bendijo con salud, dos lindas hijas, me formé, pase por un
concurso y hoy tengo condiciones de mantenerme. Conocí Canción Nueva hace más o
menos dos meses por la TV, y desde ese día volví a rezar y a tener fe en Dios y
en Jesús. Las palabras de Jesús en el programa “Sonriendo a la Vida” me
hicieron querer sonreír de nuevo. Hace hoy diecisiete días que dejé de
drogarme, tengo certeza absoluta de que Jesús está conmigo y me bendice, pues
estoy mucho más tranquila y feliz. Estoy también más fuerte, pues en mi antigua
vida cualquier cosa me derrumbaba, sufría mucho. También se que el maligno ha
intentado derrumbarme, muchas veces no se qué pensar, ni qué hacer y en esas
horas sé que tengo que rezar. Todavía lloro mucho, todavía no consigo superar
algunos traumas. Todavía no conseguí recuperar algunas cosas que perdí, pero
ahora tengo un camino por seguir, el camino del Amor, el camino de Dios. Estoy
siguiendo ese camino, sé que en el tiempo de Dios todo sucede y acontecerá como
Él quiere. Estoy caminando, Márcio! Gracias a Dios por Canción Nueva!”
La
sanación espiritual sucede cuando, partiendo de aquello que es ilusorio,
engañoso y falso, Dios nos muestra la verdad y nos hace vivir en ella. Sanación interior es una sanación del alma,
de la mente, del corazón de la persona, es un soplo de vida que trae equilibrio
y salud a nuestra inteligencia, voluntad, recuerdos, y a nuestra sensibilidad
afectiva. Puede ser que en nuestro interior existan puntos embarazosos y
bloqueos que tienen origen espiritual. La liberación necesita suceder. Con
todo, Dios acostumbra liberar no de una sola vez, como si fuese una
intervención fulminante, provocando un choque emocional en la persona que Él
toca, y sí por medio de una oración confiada en la bondad de Dios, una oración
generosa, fraterna, humilde y perseverante; una oración que no desprecia ni los
sacramentos ni la búsqueda constante de conversión. Aún en los milagros mismos,
el Espíritu Santo siempre actúa uniéndose a nosotros y jamás perjudicándonos.
El ambiente alegre, acogedor, amigo que nos lleva a alabar a Dios y a vaciarnos
de las peleas y desentendimientos, la libertad y la fuerza del Espíritu Santo
invocado en la oración deben ayudar a la persona a liberarse y ser feliz. Una espiritualidad que hace a la persona
quedar triste, cerrarse en sí misma y parar de crecer no puede venir de Dios. El
don de milagros tiene una relación muy estrecha con el don de sanación. La
cuestión es que mientras la sanación se limita a los problemas de salud del
hombre, el don de milagros se extiende también a las leyes de la naturaleza y a
las situaciones más allá del ser humano. Basta recordar la multiplicación de
los panes, el agua transformada en vino, Jesús caminando sobre las aguas, la
tempestad calmada, la transfiguración, etc.
El
hecho es que en medio de la oración suceden muchas sanaciones milagrosas,
impresionantes y casi no creíbles si no fuese por los testimonios. Aunque sea
necesario siempre discernir lo que es verdadero y lo que es falso, sabemos que
Dios continua actuando (cfr. Jn 5,17) Creemos con todo el corazón en el
Espíritu Santo, en su poder de dar vida, en el poder de la fe y de la oración,
especialmente aquella oración hecha fervorosamente por hermanos que se aman. Es
maravilloso que este mundo moderno, tan orgulloso de sus avances científicos y
capacidades terapéuticas, el Espíritu Santo quiera que los cristianos retomen
ese modo afectuoso y antiguo de llevar la sanación. El misterio de Dios es algo
muy próximo de nosotros, pero que escapa a la atención de los ojos de la
sociedad; este mundo ignora o desprecia
los dones del Espíritu Santo y nada espera de ellos, ni siquiera toma
conocimiento de su existencia. Desgraciadamente muchos cristianos conocen
poco sobre esta realidad, y no es raro que se sientan incómodos cuando alguien
les pregunta al respecto. No saben qué responder, porque tal vez nunca se
hallan preguntado: ¿qué es el milagro?
Antes que cualquier otra cosa, el milagro es
una manifestación del poder extraordinario del Espíritu Santo, y no algo sin
importancia que podemos, según nuestra preferencia, aceptar o despreciar.
Es algo que interpela nuestras convicciones y desafía: “¿Crees en esto?” (cfr.
Jn 11,26) Un milagro es algo que siempre supera la inteligencia del ser humano.
Es aquello que no tiene explicación racional. Eso no quiere decir que el milagro
va en contra de la naturaleza o contra de las leyes de la naturaleza sino
simplemente que las ultrapasa.
La
Palabra de Dios nos muestra que los
prodigios del Espíritu Santo tienen siempre el objetivo de reforzar la fe.
Santo Tomás enseña que el milagro es algo que se sitúa más allá de la
naturaleza. Hace parte del universo sobrenatural y brota del poder de Dios que
está encima de todas las leyes y de toda la creación. ¿Por qué Dios hace milagros?
Tomás explica que es siempre para revelar que hay una realidad sobrenatural.
Ellos son señales de aquello que no podemos ver y solamente Dios puede
realizarlos. Tener fe no es aceptar como sobrenatural todo lo que otros dicen
que es milagroso, sino es tener apertura de corazón para admitir que el milagro
existe y puede suceder también con nosotros o con alguien que conocemos. La
Sagrada Escritura es rica en criterios y enseñanzas para ayudarnos a distinguir
la verdadera acción de Dios de aquello que quiere parecerse con ella. Tu puedes
saber mas sobre eso en el libro “Don de discernimiento”, que integra esta misma
colección. De cualquier forma, el profeta Isaías revela que hace parte de los
planes de Dios hasta esas situaciones embarazosas que son generadas cada vez
que el Señor realiza un prodigio: “Dice el Señor: “Este pueblo me busca solo de
palabra, me honra apenas con la boca, mientras su corazón está lejos de mi. Su
temor para conmigo está hecho de obligaciones tradicionales y rutinarias. Por
eso continuaré sorprendiendo este pueblo, con un gran y terrible milagro. Ahí
la pericia de sus sabios se pierde y la claridad de los inteligentes se apaga”
(cfr. Is 29, 13-14) Por lo tanto el
milagro también sirve para humillar la inteligencia de los arrogantes y sacudir
la espiritualidad vacía de los acomodados. El impide al hombre
acostumbrarse con las cosas espirituales y transformar aquello que es sagrado
con algo chato, banal y vacío. Cuando el ser humano se enfrenta con un prodigio
del Espíritu, es como si tuviese un choque, es como si despertase para
comprender que existe algo más allá de aquello que sus ojos son capaces de ver.
Una sanación, una liberación, una gran gracia alcanzada nos ayudan a comprender
que nuestra existencia y cada día vivido sobre la tierra es un milagro también,
aunque frecuentemente nos olvidemos de eso, porque estamos muy ocupados con
nuestras trivialidades. Cuando inexplicablemente una persona sana de una
dolencia incurable, cuando escapa milagrosamente de una tragedia o cuando
consigue algo que antes era considerado imposible, los inteligentes y
escépticos entran en crisis, pero es una crisis que hace bien, porque lleva a
comprender que no todo puede ser explicado por nuestra razón. Por lo tanto, el
milagro desestructura tanto la frialdad espiritual cuanto la arrogancia de los
intelectuales. El no es “una expresión grosera de una espiritualidad medieval”,
como dicen algunos, ni el producto de creencias folklóricas. Por el contrario,
el es como quien busca en medio de la dureza de nuestro corazón para hacer
surgir las pepitas preciosas de nuestra religiosidad más pura, mas auténtica y,
por lo tanto de mayor calidad. El don de milagros no es el mayor de los
carismas, pero sin duda su valor es incuestionable. El no se detiene en sí mismo, sino que apunta hacia Dios. No fue
hecho para llenar de fama la persona que lo posee, ni para que sea visto como
alguien con poderes extraordinarios. El es un incentivo para que se crea más y
al mismo tiempo es una recompensa por haber creído. El es una especie de
anuncio, una señal, de que el tiempo anunciado por los profetas llegó, y Dios
mismo ya está reinando sobre nosotros con amor y justicia. La sanación de los
hombres heridos, dolientes, abandonados, muestra que Dios se llegó hasta
nosotros. Alguien podría preguntar: pero, ¿qué tienes para decir de las exageraciones?
En primer lugar que donde hay gente hay exageraciones siempre. En todos los
ambientes, actividades, ocupando cargos y funciones, basta observar con
atención para encontrar personas que exageran y llegan a ser extremistas. Así
como no se puede despreciar la medicina por causa del desequilibrio de un
médico o condenar el Derecho por el error de un abogado, tampoco se puede
desmerecer el don de milagros por causa del exceso de algunas personas. Frente
a las obras que realizaba, Jesús llegó a entristecerse con dos tipos de
actitudes: Primero, de aquellos que solo corren detrás de los prodigios y de
las cosas extraordinarias, se preocupan apenas en resolver el problema del
momento: recibir una sanación, alcanzar una meta, liberarse de un dolor, salvar
la vida de una persona querida. Muchas veces, son personas que llegan a
abandonar la fe, y solamente retornan cuando necesitan de otro prodigio. A
ellas el Señor continua diciéndoles con tristeza: “Si no ves señales y
prodigios no creéis” (cfr. Jn 4, 48) En el otro extremo están aquellos que no
aceptan ni creen de forma alguna en ese don. Hablan de él con desdén como si
fuese algo del pasado e innecesario sin percibir con eso que desprecian al
propio Dios que lo realiza (cfr. Mc 3,5). El milagro es siempre una bendición
cuando la persona lo recibe de las manos de Dios con un corazón agradecido,
cuando percibe en él una demostración de amor, y se siente entusiasmada para
creer todavía más. Pero, pierde todo su sentido cuando la persona solo queda
mirando lo extraordinario.
Márcio Mendes
Libro "Dons de Fé e milagres"
Editora Canção Nova.
Adaptación del original en português.
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