«Indignados por lo que oímos y escandalizados por lo que vemos». Esta realidad sigue latiendo en el corazón y en los pensamientos de muchas personas en este tiempo aunque no podemos negar que el sentimiento generalizado sea de apatía y descreimiento.
En muchas ocasiones hemos comprobado que la hipocresía parece ser el modo común que tenemos para relacionarnos entre nosotros. La hipocresía se pasea por nuestras calles, adquiere prensa en televisión, espacio de difusión en las cadenas de radio y se sube a los estrados y escenarios para hablar con total descaro e impunidad.
Hace tiempo que la hipocresía se ha puesto de moda pero nunca como ahora que marca tendencia entre nosotros. La hipocresía es uno de los venenos más mortales para hombre. Vivir en la hipocresía es tal vez la manera más acertada para destruir la confianza, la verdad y el amor.
Si en nuestras familias, lugares de trabajo, en la iglesia y, sobre todo, si en los espacios de actividad pastoral o espiritual se filtra la hipocresía destruirá lentamente todo.
Sutil, callado y silenciosamente terminara por destruir la plataforma sana de relación que establecen la confianza, la verdad y el amor. Si estos tres elementos esenciales para vivir relaciones y vínculos sanos se destruyen –y desde dentro- no quedará piedra sobre piedra. Todo se derrumbará en cuestión de segundos.
Deseamos que sean veraces con nosotros. Decimos que preferimos que nos sean sinceros. Anhelamos que «nos digan» las cosas de frente. Pero ¿es suficiente eso para afirmar que «amamos» la verdad? ¿Es suficiente rechazar la mentira para afirmar que vivimos en la verdad? ¿Rechazar la hipocresía es decir «Amo la Verdad?»
La primera tarea es desterrar la hipocresía de nosotros mismos antes de señalar a los de enfrente. Porque la verdad desgraciadamente es amada sólo si todos la viven. Porque si encontramos uno sólo que «no vive ni procede como predica», entonces encontramos justificada la tendencia a vivir en la simulación.
Escuchamos frases como «¿No seré yo el único tonto, todos lo hacen!», «!Si éste que tiene que dar el ejemplo no lo hace!».
Tal vez porque la situación en la que vivió Jesús no fue «tan distinta» a la nuestra es que dijo al pueblo y a sus discípulos «Hagan y cumplan todo lo que dicen, pero no imiten, ya que ellos enseñan y no cumplen»
Las palabras de Jesús son muy profundas y cuestionadoras porque está poniendo de relieve una actitud que por «naturaleza» tiende a imponerse a veces sutilmente en nosotros. Hay que distinguir la verdad de lo que se dice, de quien lo dice. Porque si queda supeditada la verdad que se anuncia a que quien lo anuncia no lo vive, entonces pasa a pérdida toda la verdad. O dicho de otra manera: la verdad es buena no porque el que lo diga lo viva, sino porque es verdad.
Nadie es totalmente o suficientemente coherente en su vida. Todos de alguna u otra manera contradecimos lo que decimos con lo que hacemos, pero no podemos confundir por eso hipocresía con limitación. Porque mientras la hipocresía quiere hacer creer algo que no es verdad, la limitación no es sino la comprobación de que estamos en camino y en marcha hacia una vida más coherente.
Debemos rescatar lo bueno, bello y verdadero que hemos oído de aquellos que nos han transmitido enseñanzas y verdad que nos han ayudado a ser mejores personas. Vivir en la verdad es una decisión personal y no corporativa. El pedido de Jesús es vivir según las enseñanzas buenas que hemos recibidos y a no supeditar esa sabiduría a la conducta de quién lo ha dicho.
Pidamos a Dios la gracias de fundar en nuestra vida decisiones claras y firmes para vivir libremente.
P. Javier Rojas sj
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