¿Por qué Herodes creyó que Jesús era Juan el Bautista vuelto a la vida, si él mismo había mandado decapitar a Juan? ¿Qué tenían de común Jesús y Juan? ¿Era quizás porque ambos predicaban un mensaje de arrepentimiento? San Marcos escribe: “Apareció en el desierto Juan el Bautista predicando un Bautismo de conversión, para el perdón de los pecados” (Marcos 1,4) y “Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía… Conviértanse y crean en el Evangelio” (Marcos 1,14-15).
A pesar de la similitud de ambos mensajes, había una gran diferencia entre el Bautista y Jesús, diferencia que explicó elocuentemente San Agustín (354-430) en uno de sus sermones: “Juan es la voz; mas desde el principio el Señor era la Palabra. Era Juan la voz por algún tiempo… Cristo es Palabra (Verbo) por toda la eternidad. Si suprimes la palabra, ¿qué queda? Un sonido vacío. Donde falta la idea, sólo hay un ruido vano, de tal modo que, si la voz no es palabra, hiere los oídos, mas no edifica, no le dice nada al corazón.” (Sermones 293).
Juan conocía la Palabra, motivo por el cual podía ser la voz de Cristo, y lo que decía llegaba al corazón; no era sonido vacío. Y nosotros, ¿cómo podemos ser la voz de Cristo? Primero hemos de conocer la Palabra. Juan conocía la Palabra y su mensaje, y por eso llegó a ser la voz de la Palabra.
Nosotros también podemos serlo, pero hemos de prepararnos comprometiéndonos nuevamente al plan de crecimiento espiritual que a veces proponemos a nuestros lectores: Dedicar unos diez minutos diarios a la oración personal en silencio y sin distracciones; hacerse un diario examen de conciencia; arrepentirse de los pecados de los que se tenga conciencia, sobre todo los más graves; dedicar diez minutos o más cada día a leer la Escritura y meditar en lo que le parezca a uno que el Señor le dice en su Palabra. Aparte de esto, participar en la vida sacramental y comunitaria de la parroquia.
Si realizas estas acciones con fe y constancia, el Señor te iluminará y tendrás la posibilidad de compartir tu testimonio con otros para que también se conviertan y se salven.
“Señor, sé que soy indigno de ti y en muchos sentidos incapaz de ser un buen discípulo, pero te amo con todo mi corazón y quiero ser un instrumento útil para tu gloria.”
Jeremías 26, 11-16. 24
Salmo 69(68), 15-16. 30-31. 33-34
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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