«Creo – ha dicho el filósofo agnóstico Rafael Argullol- que bajo nuestra apariencia de fortaleza material y técnica hay una debilidad sustancial. Se va adelgazando la silueta espiritual del hombre»
Es cierto. La experiencia de la fluidez en todos los ámbitos, la comprobación de que los “síes” se transforman mañana en “noes” y viceversa ha generado en nuestro interior un desequilibrio tal que se manifiesta en sensaciones de inseguridad, angustia y miedo.
Hemos comprobado que nuestras “seguridades” no lo son tanto. Que las conquistas materiales y técnicas no han logrado cubrir nuestras expectativas de felicidad, ni las promesas recibidas de que podemos retrasar la partida de un ser querido. Todo, absolutamente todo lo que creemos o creíamos tener se encuentra bajo el dominio del devenir y del fluir. Y esto nos asusta y nos preocupa, tanto, a veces, que nos quita el sueño y nos desequilibra emocionalmente.
Y aunque somos muy hábiles y astutos para realizar todo tipo de cálculos y previsiones para no correr riesgos en el futuro, la inestabilidad de todo lo que vemos sigue amenazando nuestras seguridades. Por momentos nos sentimos invadidos de una fuerza tal que no podemos controlar.
La sensación de que “todo pasa” y de que todo es tan “relativo” nos lleva a que tengamos dos posibles posturas ante el tiempo actual:
1.- Vivir la inmediatez: es algo muy distinto de “vivir el presente”. Porque mientras ésta es la actitud positiva de quien sabe valorar y gozar los momentos internamente. De quien construye su vida desde la roca firme de la esperanza…vivir la inmediatez es la actitud que quien la ha perdido. Aquel que vive la inmediatez es el hombre desengañado y desilusionado de sus propias seguridades. Aquel hombre o aquella mujer que no han sabido trascenderse a sí mismos y han construido durante mucho tiempo su “casa (su vida) sobre arena”.
El hombre de la inmediatez pierde la capacidad de maravillarse ante la belleza porque ha desarrollado un vertiginoso dinamismo de consumo que convierte todo lo creado, e incluso a las personas, como algo que se “usa y se tira”… El hombre de la inmediatez vive ansioso y acelerado porque sabe que todo se acaba y perece, pero en lugar de pararse positivamente ante esta realidad y disfrutar a fondo todo lo que vive en el hoy, prefiere atragantarse consumiendo todo lo que puede como si con esa actitud pudiera arrancarle algo al tiempo que fluye. El hombre de la inmediatez se encuentra triste y desanimado porque no puede controlar nada y llora ante lo que se va y termina.
2.- Vivir en esperanza: Esta es la actitud de las mujeres «prudentes» del evangelio de Mateo. La esperanza de que lo mejor está por venir. Esto no significa que lo que tenemos o vivimos no sea bueno. Sino que el hombre que vive en esperanza ha trascendido las seguridades propias de este mundo (que son buenas y limitadas) y ha puesto su confianza en Aquel que es el dueño de la vida, del tiempo y de la muerte. Muchos hablan de este tiempo “quejándose”. Hacen referencia a lo que se vive “lamentándose”. Este presente les resulta insoportable, ruidoso y agresivo. Miran su entorno frunciendo el ceño y moviendo la cabeza de un lado a otro expresando descontento y rechazo. Hubieran preferido que todo sea como ellos imaginaron. Seguramente, según sus puntos de vista, el mundo sería mejor si sus ideas se hubieran materializado en la realidad y si el ritmo del devenir hubiera respetado sus deseos. Prefieren lamentarse de que el mundo no gire en torno a ellos. Esta es la actitud de las «necias» del evangelio, no «darse cuenta», «no tomar conciencia», «olvidar lo fundamental», «negar lo evidente».
El hombre que vive en esperanza se asemeja al niño que mira un desfile, y mientras ve pasar aquello que lo maravilla y engrandece sus sentidos no se lamenta porque pase y no se detenga frente a él . Fija sus ojos en lo que acontece y contempla fascinado que lo ocurre ante sus narices. En el rostro del niño y del hombre esperanzado siempre encontraremos un mismo gesto: Asombro y gratitud…Esto es lo maravilloso de la esperanza, que nos ubica en la sorpresa agradecida…
Y es así, que el hombre esperanzado tiene impreso en su corazón la gratitud y por ello no necesita poseer ni retener nada sino que disfruta del momento. Un “momento” que no está “signado” por la quietud sino por el fluir. Lo más bello está en contemplar aquello que pasa…Como el niño ante el desfile…
Mientras en otros tiempos lo fundamental fijaba los ojos en la meta , este tiempo nos ha descubierto la belleza que tiene el viaje. Desde esta perspectiva es que las palabras del poeta estremecen nuestro espíritu «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar…”
Personalmente considero que este tiempo que vivimos es maravilloso. Nunca como hoy el hombre es consciente de lo que es… aunque aún pelee contra sí mismo y contra la realidad por no descubrir la verdad. Y la verdad es que nuestra vida “es pasar”. Y nuestras seguridades y nuestras esperanzas no pueden estar cimentadas en este mundo donde todo camina rápido, donde todo fluye y todo cambia…. Nuestra vida debe estar fundada en Cristo, la roca firme. Este tiempo es la gran maestra del desapego y de la libertad. De lo esencial y de lo fundamental. Porque mientras intentamos arropar nuestra vida de cosas materiales y de superficialidades, el hoy nos desnuda y nos deja nuevamente a la intemperie y ello nos exige nuevamente buscar… Sólo Dios nos puede cubrir de aquello que tanto buscamos y anhelamos.
P. Javier Rojas sj
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