domingo, 24 de julio de 2016

Meditación: Lucas 11, 1-13


Cuando leemos el pasaje en que Abraham regateó con Dios por la vida de los pecadores de Sodoma y Gomorra, nos parece como si fuera el grito de auxilio de un hijo que confía en la justicia y la compasión de su Padre (Génesis 18). Jesús se refirió a Dios diciéndole “Padre” (Lucas 11, 2). Para sus discípulos, este fue un momento de gran revelación, porque en la fe judía no era común tener esta confianza con el Señor todopoderoso. Pero en Cristo, los discípulos vieron el tierno corazón de un Hijo perfecto, totalmente receptivo a los deseos de su Padre y plenamente comprometido a trabajar para que el plan de salvación dispuesto por el Padre se cumpliera en esta tierra.

Cuando decimos “santificado sea tu nombre”, no pretendemos que nuestra oración vaya a “hacer santo” a Dios; no, lo que pedimos es que su nombre sea reconocido, honrado y obedecido por todos para que su Reino sea edificado en la tierra. El deseo de que el Reino de Dios quedara establecido en el mundo fue el tema central de la vida de Jesús. Ahora bien, podemos tener parte en este deseo y elevar nuestras plegarias pidiendo su completo y glorioso cumplimiento cuando Jesús venga de nuevo a la tierra.

En vista de todo esto, cabría preguntarse: ¿Podemos elevar el corazón por encima de las motivaciones egocéntricas que tenemos a diario? ¿Podemos en realidad rezar la “oración del Señor”? ¡Claro que sí! La Carta a los Colosenses dice que por nuestro Bautismo en la muerte y la resurrección de Jesús, nos hemos librado de la muerte espiritual y hemos sido vivificados en Jesús (Colosenses 2, 12).

Así, pues, lo mejor que podemos hacer es confiar en la providencia de nuestro Padre y vivir conforme a sus mandamientos. Si tomamos el Padre Nuestro como oración propia, nuestro Padre celestial actuará en nosotros más profundamente de lo que podemos imaginar.
“Padre amado, sé que tú me creaste para ser hijo tuyo. Concédeme tu Espíritu Santo, Señor, para ser un reflejo de tu amor y tu misericordia ante mis seres queridos y amigos.”
Génesis 18, 20-32
Salmo 138(137), 1-3. 6-8
Colosenses 2, 12-14

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