lunes, 18 de julio de 2016

Meditación: Mateo 12, 38-42


La única señal que se les dará, será la del profeta Jonás. (Mateo 12, 39)

El hecho de que los fariseos pidieran una señal no era en sí algo ofensivo: Querían una prueba de quién era Jesús. Es posible que la respuesta del Señor parezca demasiado cortante, pero en realidad los fariseos ya lo venían observando atentamente desde hacía tiempo. Habían estado presentes cuando Jesús curó al endemoniado ciego y mudo, cuando sanó al hombre de la mano paralizada, cuando hizo revivir a la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, y cuando curó al paralítico y a la mujer con hemorragia. Los fariseos habían visto el poder de Cristo en acción, pero seguían pidiendo señales.

Jesús los reprendió por su incredulidad, contrastando su actitud con la de la gente de Nínive y la Reina del Sur. Los ninivitas se arrepintieron inmediatamente cuando Jonás los instó a cambiar de corazón en el nombre de Dios. La reina de Sabá viajó desde su lejano país para conocer la sabiduría del rey Salomón (1 Reyes 10, 6-7). Los ninivitas y la reina de Sabá eran gente distante de los judíos, sin embargo escucharon la predicación, creyeron y se convirtieron. ¡Qué distintos de los detractores de Jesús, que veían con sus propios ojos y todavía pedían otra señal!

A veces resulta más fácil aceptar la Palabra de Dios cuando no se tienen ideas preconcebidas. Esta fue la ventaja de la reina de Sabá, que no sabía qué esperar de Salomón, pero tenía el corazón receptivo; por eso, pudo ver más bendiciones de Dios que muchos de los propios habitantes de Jerusalén. Lo mismo sucedió con los ninivitas, cuando aceptando la sencilla palabra de un profeta se arrepintieron de verdad.

Jesús desea comunicarnos la misma sencillez de corazón cuando nos ponemos en sus manos. Pero a veces somos como los fariseos: demasiado complicados, exigentes y seguros de lo que sabemos. Jesús permanece de pie ante la puerta de nuestro corazón y llama; no tenemos que hacer nada más que abrir la puerta. ¿Estás dispuesto, tú, querido lector, a responderle con humildad y sencillez? Todos podemos pedirle a Cristo que se nos revele personalmente a cada uno.
“Jesús, Señor mío, tú prometiste que todos los que escucharan tu voz y abrieran la puerta de su corazón, gozarían de una íntima comunión contigo. Yo te he escuchado, Señor, y quiero conocerte y responder a tu llamada más cabalmente.”
Miqueas 6, 1-4. 6-8
Salmo 50(49), 5-6. 8-9. 16-17. 21. 23

Fuente DEVOCIONARIO CATÓLICO LA PALABRA CON NOSOTROS

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