martes, 19 de julio de 2016

Meditación: Mateo 12, 46-50


¿Qué diría usted si supiera que está emparentado con el Papa Francisco? Algo así fue lo que dijo Jesús cuando sus parientes vinieron a oírle predicar.

En la tradición judaica, la familia es la base firme de la sociedad. De hecho, la cultura hebrea está basada en la dignidad de saberse descendientes de Abraham, un linaje que para ellos era esencialmente el camino a la salvación, por eso, escuchar algo que resonara como desprecio a la familia era especialmente escandaloso para los judíos.

Con asombro vieron que algo así fue lo que hizo Jesús en el evangelio de hoy y les pareció que él rechazaba a su madre y sus parientes más cercanos. Para el Señor, hacerlos esperar fuera mientras él atendía a la muchedumbre doliente fue sin duda una decisión difícil, pero lo hizo para demostrar un principio: todo el que procura obedecer su palabra es parte de su familia, los religiosos y lo no religiosos, los sanos y los enfermos, los publicanos y los de mala vida, y todos los que creen en él.

Esta asombrosa declaración afirma que Jesús es nuestro hermano y María nuestra madre, y afirma que todos los creyentes somos familiares cercanos de Cristo y entre sí, ¡incluso con el Papa Francisco! ¿No es cierto que esto redefine el concepto de familia y nos abre los ojos a la profundidad de nuestras relaciones espirituales con los demás y con Cristo?

Los que buscamos el Reino hablamos el mismo idioma, el idioma de la Sagrada Escritura y de la liturgia común, y adoptamos una semejanza familiar cuando procuramos obedecer a nuestro Padre y ser indulgentes con el prójimo. ¡Hasta tenemos nuestras propias tradiciones de familia, como el ayuno en Cuaresma y nos hacemos la señal de la cruz! Al mismo tiempo, Dios nos trata como miembros de su familia. Nos cuida y nos protege; nos enseña; ¡incluso ha escrito nuestro nombre en el libro de la vida, prometiéndonos una herencia divina!

Piensa, hermano, con atención en esta idea de familia espiritual. Recuerda que todos formamos parte de la gran familia de Dios, incluidos aquellos que no nos caen bien y, como todos juntos experimentaremos un día el gozo del cielo, podemos comenzar a hacerlo desde ahora en la Tierra.
“Padre amado, te doy gracias por hacerme parte de tu propia familia y te pido que me des ojos de fe y amor para aceptar como hermanos a todos tus hijos, aunque no piensen como yo.”
Miqueas 7, 14-15. 18-20
Salmo 85(84), 2-8
fuente del comentario DEVOCIONARIO CATÓLICO La Palabra con nosotros.

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