“Intentaron matarlo porque...decía que Dios era su Padre.”
Dios, hasta estos últimos tiempos, nos ha permitido dejarnos llevar por nuestras inclinaciones desordenadas, arrastrados por los placeres y las pasiones. No es que él se complaciera lo más mínimo en nuestros pecados: únicamente toleraba ese tiempo de iniquidad sin darle su consentimiento. Preparaba el tiempo actual de la justicia para que, convencidos de haber sido indignos de la vida durante este período por razón de nuestros pecados, nos hiciéramos dignos ahora por la bondad divina, y que después de habernos mostrado incapaces de entrar por nosotros mismos en el Reino de Dios, nos capacitábamos por el poder divino...
No nos ha odiado, no nos ha rechazado... Teniendo piedad de nosotros él mismo cargó con nuestras faltas, y entregó su propio Hijo como en rescate, por nosotros: al santo por los impíos, al inocente por los malvados, «al justo por los injustos» (1P 3,18), al incorruptible por los corrompidos, al inmortal por los mortales. ¿Dónde encontrar con qué cubrir nuestros pecados, fuera de su justicia? ¿Por quién podremos ser justificados... si no es únicamente por el Hijo de Dios? ¡Dulce canje, impenetrable creación, beneficios inesperados! El crimen de un gran número queda cubierto por la justicia de uno solo, y la justicia de uno solo justifica a numerosos criminales. En el pasado, primeramente convenció a nuestra naturaleza de su incapacidad para alcanzar la vida. Ahora nos ha mostrado al Salvador capaz de salvar incluso lo que no podía ser salvado. De estas dos maneras, ha querido darnos la fe en su bondad y nos hacer ver en sí al creador, al padre, al amo, al consejero, al médico, a la inteligencia, la luz, el honor, la gloria, la fuerza y la vida.
Carta a Diogneto (c. 200)
Capítulo 9
No hay comentarios:
Publicar un comentario