domingo, 4 de marzo de 2018

Meditación: Juan 2, 13-25

Cuando Jesús purificó el templo de Jerusalén, él se estaba presentando como el nuevo “templo” que reemplazaba al antiguo y al mismo tiempo demostraba el celo consumidor que él sentía por la casa de su Padre, porque sabía que el templo debía ser el lugar más sagrado, no un lugar de comercio y codicia ni de bullicio irreverente.



Más tarde, los romanos destruyeron el templo de Jerusalén en el año 70 d.C. y eso fue una tragedia espantosa para Israel. Los cristianos, en cambio, se consolaban sabiendo que el verdadero templo, el centro de la presencia de Dios, era en realidad el Cuerpo de Jesucristo resucitado y glorificado, porque en Jesús, Dios estaba presente en su pueblo y ya no había necesidad de constantes sacrificios de animales, pues el sacrificio de Jesús había sido la oblación final y definitiva en reparación por los pecados de la humanidad.

En efecto, Cristo Jesús es la Nueva Alianza que Dios establece con su pueblo. Por eso San Pablo insistía en predicar a Cristo crucificado, aun cuando ello fuera piedra de tropiezo para los que buscaban señales milagrosas o una nueva filosofía. Para el apóstol era imprescindible que los creyentes reconocieran que en Cristo residía el poder de Dios para actuar y la sabiduría de Dios para entender (1 Corintios 1, 22-25).

Ahora bien, ¿conocemos nosotros la singularidad de Jesús? ¿Podemos apreciar que todo el plan de Dios gira en torno a la persona de Cristo? ¿Lo consideramos como la nueva obra de Dios y el cumplimiento de todo lo que el Señor ha hecho en el pasado? ¿O es una roca de tropiezo, que hemos de acomodar a nuestros razonamientos del siglo XXI? Ojalá aceptemos esta nueva obra de Dios, que es el único camino, la única verdad, la única vida: nuestro Señor Jesucristo, el nuevo templo de Dios.
“Jesús, Señor y Salvador mío, enséñame a vivir para ti, de modo que tú seas lo más importante en mi vida y en la de mis seres queridos. Lo único que quiero saber es que tú eres mi Dios y mi Señor para servirte todos los días de mi vida.”
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros 

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