martes, 13 de marzo de 2018

Meditación: Juan 5, 1-3. 5-16

El ángel del Señor descendía de vez en cuando a la piscina y agitaba el agua
Juan 5, 4


Cuando vemos noticias de grandes desastres naturales que dejan a miles de personas sin fuentes de agua potable comprobamos con horror y dolor lo indispensable que es el agua para la vida humana.

Los pueblos que viven en zonas desérticas saben por experiencia propia que el agua es un bien sumamente valioso y esencial para la vida.

Hoy, la liturgia nos dirige la atención a los maravillosos efectos del agua salvífica del Bautismo. La antífona de entrada nos invita diciéndonos: “Sedientos, vengan por agua —dice el Señor— vengan los que no tienen dinero y beban con alegría.” Luego viene el relato de la visión en la que Ezequiel vio que del umbral del templo brotaba agua, formando un arroyo que crecía hasta ser un río caudaloso que cubría toda la tierra, llevando curación y vida en abundancia (Ezequiel 47, 1-9).

Para los catecúmenos de la iglesia primitiva que se preparaban para recibir el Bautismo en la Vigilia de Pascua, estas palabras eran fuente de fe y gran entusiasmo. Los que ya hemos recibido la gracia del Bautismo, ciertamente deberíamos regocijarnos al recordar la gloriosa herencia de la que ahora somos merecedores. Lavados del pecado, pertenecemos a la comunidad de la fe; somos hijos de Dios y herederos del Reino. Hemos sido tocados por la gracia divina en cuerpo y alma, y hemos recibido la capacidad de entender más plenamente las verdades divinas, el significado de la vida nueva que Dios nos ha dado.

Pero el Bautismo es apenas el comienzo, un paso importante hacia la profesión personal de la fe en Jesucristo, nuestro Señor. Para que se cumpla en nosotros la maravillosa obra de la salvación, se requiere que pongamos en práctica esta profesión de fe. Jesús le preguntó al paralítico “¿Quieres recobrar la salud?” (Juan 5, 6), haciéndolo pensar si realmente creía en la divinidad y el poder de Cristo. Y nosotros, ¿creemos firmemente que Jesús es la fuente del agua viva? ¿Creemos que las aguas del Bautismo nos purifican del pecado y realizan la obra de Dios en nuestra vida? Quiera el Señor que nunca se agote la fuente del agua viva que nos sacia de vida eterna y de felicidad.
“Cristo, Señor y Salvador mío, fortalece mi fe para permanecer firme en mi entrega a ti y en la esperanza de la vida eterna, te lo ruego, Señor, para poder levantarme y vivir en la plenitud de la vida nueva.”
Ezequiel 47, 1-9. 12
Salmo 46(45), 2-3. 5-6. 8-9

Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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