viernes, 16 de marzo de 2018

Meditación: Juan 7, 1-2. 10. 25-30

Yo no vengo por mi cuenta.
Juan 7, 28




La controversia acerca del origen de Jesús surgió porque se creía que nadie sabría de dónde vendría el Mesías. La gente que había en el templo decía conocer a la familia y el pueblo de Jesús, razón por la cual entendían que él no podía ser el Mesías; consideraban el origen humano y terrenal de Jesús, pero él hablaba de su origen divino.

Cristo decía que la gente no conocía al Padre que lo había enviado, porque si lo conocieran querrían hacer su voluntad y el misterio del origen de Jesús les sería revelado: “Si alguien está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, podrá reconocer si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mi propia cuenta” (Juan 7, 17). Es evidente que Jesús hablaba en un plano (celestial, espiritual) y la multitud escuchaba en otro plano (terrenal, material).

Esta disparidad de entendimientos creaba un roce cada vez mayor entre el Señor y la gente, porque ellos usaban solamente su lógica humana para tratar de conocer a Jesús, y no aceptaban las ideas que no concordaban con sus razonamientos. Por aferrarse tanto al entendimiento puramente terrenal, frustraban en sí mismos la acción del Espíritu, que es “quien da la vida” (Juan 6, 63). Lo triste es que nosotros también, como los judíos que contradecían a Cristo, caemos en la trampa de querer conocer al Señor por medio de la razón humana y nada más.

Pero Jesús nos invita a remontarnos a un plano superior en las alas del Espíritu Santo, que él da a quienes lo aman y le obedecen. Por nosotros mismos, somos absolutamente incapaces de conocer a Dios. Podemos aprender algo acerca de Cristo, pero solamente por medio del Espíritu podemos conocerlo íntimamente. El Espíritu actúa para guiarnos “hacia toda la verdad” (Juan 16, 13); por su Espíritu, Dios quiere hacernos entender lo que no podemos descubrir por esfuerzo propio.

Para conocer a Cristo es preciso tener un corazón humilde. Ser humildes significa amar a Jesús más que a nosotros mismos; hacernos como niños y confiar en que el Espíritu nos enseña mediante los sacramentos, la oración, la Escritura y los acontecimientos de la vida.
“Padre celestial, concédenos humildad de corazón, a fin de buscar tu voluntad en todas las circunstancias de la vida. Llénanos, Señor, de un amor sincero a tu Hijo, para que le obedezcamos por amor.”
Sabiduría 2, 1. 12-22
Salmo 34(33), 17-21. 23

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