miércoles, 21 de marzo de 2018

Meditación: Juan 8, 31-42

Todo el que peca es un esclavo del pecado.
Juan 8, 34







¡Qué sentencia tan clara pero tan drástica del Señor! ¿Significa esto que todos somos esclavos del pecado? Antes que nada, hay que reconocer que todos estamos llamados a la santidad; pero Dios nunca nos pide algo para lo cual no nos conceda los medios para cumplirlo, de manera que no hay que sentirse indefensos ni impotentes ante los pecados que cometemos.

En segundo lugar, debemos entender que Dios quiere que aprendamos a confiar en Cristo, que es fuente de toda santidad. San Alfonso de Ligorio dijo una vez: “El pecado habitual y la oración no pueden coexistir. O dejamos de pecar o dejamos de orar.” Por esto, es preciso adoptar el hábito de pedirle fortaleza al Señor toda vez que nos encontramos con él: en la oración, la Escritura, los sacramentos, la dirección espiritual, la belleza de la naturaleza, la fraternidad cristiana. Si uno trata de aspirar a la santidad aparte de Jesús no encontrará más que frustración.

Tercero, hay que aprender a doblegar el atractivo que supone el pecado. San Francisco de Sales compara a la persona que tiene “apego al pecado” con los israelitas que salieron de la esclavitud en Egipto, pero que añoraban sus comodidades mientras peregrinaban por el desierto. Ellos tuvieron que hacerse la misma pregunta que nos hacemos nosotros: ¿Realmente vale la pena volver a una vida de esclavitud por tener unos pocos momentos de satisfacción?

Por último, conviene adoptar nuevas actitudes. Si tú eres propenso a la soberbia, practica la humildad. Si tiendes a la inmoralidad sexual, busca la pureza. Recuerda que la vida virtuosa no se logra solamente pensando en ella, hay que practicarla en acciones concretas.

Cada día, pídele al Espíritu Santo que te conceda la gracia de tomar decisiones acertadas. Luego, dos o tres veces al día fíjate cómo vas progresando y pídele al Señor nuevamente que te ayude. Por la noche, dedica unos minutos a analizar, en oración, cómo te fue en el día y dale gracias a Cristo por todas las veces que saliste triunfante y pídele perdón por las veces que fallaste. Si lo haces con frecuencia, verás que poco a poco vas avanzando por la vía correcta. ¡Claro que tú puedes llegar a ser santo!
“Dios Padre todopoderoso, quiero odiar el pecado. Concédeme la gracia necesaria para reconocer y rechazar las tentaciones del demonio.”
Daniel 3, 14-20. 91-92. 95
(Salmo) Daniel 3, 52-56

Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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