lunes, 5 de marzo de 2018

Meditación: Lucas 4, 24-30

En la sinagoga de Nazaret, Jesucristo declaró: “Ningún profeta es bien recibido en su propia tierra” y, en efecto, poco después sus propios paisanos quisieron matarlo. 


¿Por qué una reacción tan violenta? Después de todo, cuando Jesús leyó la profecía de Isaías y anunció que él había sido enviado a cumplirla, nadie se escandalizó (4, 16-22). ¿Qué fue lo que les hizo cambiar tanto de parecer?

No lo sabemos. Tal vez pensaron que Jesús estaba bromeando o exagerando. ¿Acaso no les decía que Dios había favorecido a una viuda pobre de Sidón y a un leproso de Siria, porque habían creído más que la gente de Israel? ¿Qué era lo que Jesús quería decir acerca de los pueblos vecinos? Sin duda que el Señor quería que le escucharan, lo aceptaran y aprendieran lo que les quería enseñar, pero sus oyentes no supieron interpretar bien sus palabras.

Ahora, cuando nosotros escuchamos este Evangelio tal vez no reaccionemos como los nazarenos, pero a lo mejor pecamos de indiferencia. Después de haber escuchado tantas veces lo que se nos enseña de Cristo y de la cruz, ya no le ponemos la misma atención. ¿Cuántas veces hemos escuchado la parábola del sembrador o del hijo pródigo? Conocemos tan bien estas enseñanzas que a lo mejor ya no esperamos recibir ningún mensaje nuevo de ellas, nuevas promesas que el Señor quiera depositar en nuestro corazón o nuevas exhortaciones a arrepentirnos y crecer en la vida del Espíritu Santo.

Pensemos, pues, qué podemos hacer para sacar el mejor provecho de este Evangelio. Una manera es orar para que en el futuro escuchemos con atención la Palabra de Dios. Cada vez que leemos su palabra en la Escritura, el Señor nos está hablando directamente y su palabra es “viva y eficaz” (Hebreos 12, 4), aunque sea la misma que leímos la semana pasada o el mes pasado. Para muchos santos, la Palabra de Dios fue aquello que les cambió la vida y también puede cambiar la nuestra. Dios nunca ha dejado de hablarnos, porque sigue teniendo planes para nosotros y quiere que los conozcamos: “Planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo” (Jeremías 29, 11). El Concilio Vaticano II nos dice: “En los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos.” (Constitución Dei Verbum 21)
“Padre celestial, amo tu palabra de todo corazón. Concédeme oídos atentos para escucharla, un corazón nuevo para recibirla y la gracia de tu Espíritu Santo para obedecerla.”
2 Reyes 5, 1-15
Salmo 42(41), 2-3; 43, 3-4

Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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