martes, 6 de marzo de 2018

Meditación: Mateo 18, 21-35

Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo.
Mateo 18, 26


Un hombre que se encuentra en crisis económica recibe dos sobres en el correo. Uno contiene una oferta para consolidar su deuda en pagos mensuales más bajos. El otro contiene la notificación de que ha ganado 10 millones de dólares en una lotería. Suspira, tira la notificación de lotería en la basura y comienza a ordenar sus papeles para pedir la modificación de su préstamo.

¡Absurdo! ¿No es cierto? Pero esto es en el fondo lo que el servidor implacable hace en el evangelio de hoy. Cuando su patrón le pide que le devuelva la enorme cantidad de dinero que le debe, todo lo que él pide es más tiempo para pagar, y ni siquiera se le ocurre pedir otra cosa. Su imaginación es demasiado limitada y sabe que hay que pagar las deudas. Por eso, no es tan extraño que haya pensado lo mismo al confrontar al compañero que le debía una pequeña suma de dinero. ¡Es preciso cumplir las reglas!

Pero he aquí una buena noticia: ¡los cristianos nos hemos ganado la lotería! En Cristo, se nos han perdonado todos nuestros pecados, ¡completamente! Cuando acudimos a él arrepentidos, el Señor no solamente nos da más tiempo para purgar nuestros pecados; y no nos da una lista de sugerencias y una oportunidad más para redimirnos nosotros mismos. No, él toma nuestros pecados y los arroja tan lejos como el oriente está del occidente (Salmo 103, 12). Luego, purifica nuestras fallas y nos lleva por el camino de la libertad y la victoria, prometiéndonos caminar con nosotros y ayudarnos por el camino.

Dedica un tiempo hoy a reflexionar sobre la generosidad de tu Padre celestial. Deja que el Espíritu Santo ensanche tu imaginación para que puedas vislumbrar la posibilidad del perdón completo, la esperanza de que cada deuda espiritual sea cancelada sin hacer preguntas. Deja que esta promesa se arraigue en tu corazón y transforme tu modo de pensar. Mientras mejor comprendas el radical don de la misericordia de Dios, más fácil te será perdonar a quienes te hayan ofendido o te deban algo. ¡No cometas el mismo error que el servidor implacable! Contempla a tu Padre misericordioso, y tú mismo aprenderás a ser misericordioso. La generosidad y la misericordia van de la mano; es difícil ser generoso y no sentir compasión, o bien, ser compasivo y no demostrar generosidad. Cultivemos nosotros ambas virtudes.
“Padre eterno, concédeme tu misericordia hoy, te lo ruego. Enséñame a recibir el perdón que me has dado y a ser misericordioso también con las personas que hay en mi vida.”
Daniel 3, 25. 34-43
Salmo 25(24), 4-9

Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

No hay comentarios:

Publicar un comentario