Mateo 21, 43
En el Evangelio de hoy, Jesús reprende a los jefes religiosos judíos por su falta de fidelidad a la ley y a la alianza de Dios y les anuncia un juicio: “Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos” (Mateo 21, 43).
La historia ha demostrado que cuando los jefes religiosos faltan a su sagrada vocación, todos sufren en la Iglesia. Sin embargo, tal vez haríamos bien en considerar las dificultades que constantemente enfrentan los que tienen la misión de pastorear la familia cristiana.
Muchas veces, agobiados por el arduo trabajo que han de realizar, seguramente sienten que llevan sobre sus hombros el peso de todo el mundo. Saben que han de escuchar la voz del Espíritu, pero las exigencias de tanta gente y de sus innumerables obligaciones terminan por ahogar la “voz tenue y susurrante” que les habla en la oración y en las palabras de la Escritura.
Si recordamos las presiones y exigencias que conlleva el ejercicio de la autoridad religiosa, posiblemente seamos más dados a orar por ellos y menos proclives a criticar a aquellos que Dios ha llamado a pastorear a su pueblo. Es cierto que algunos obispos y sacerdotes han cometido faltas graves, que no pueden pasarse por alto; pero esto nos debe llevar a orar por su sanación y su recuperación, y pedir por la fortaleza y santidad de todos los ministros consagrados.
Tal vez lo mejor que podemos hacer los laicos para colaborar con quienes dirigen al pueblo de Dios es llevar una vida cristiana lo más auténtica posible. ¡Qué gran bendición sería para los párrocos y los vicarios comprobar que sus fieles están viviendo realmente el Evangelio de Cristo! Esto, más que cualquier otra cosa, les elevaría el espíritu y les daría la seguridad de que su trabajo es valioso y productivo. Así pues, busquemos todos, seamos obispos, sacerdotes o fieles laicos, la santidad y la fidelidad a Cristo, para que la Iglesia sea una luminaria que resplandece en el mundo y atraiga a muchos otros a buscar el amor y el perdón de Dios. En efecto, lo único que puede transformar la vida, tanto del clero como del laicado, es la entrega diaria, humilde y sincera, de cada uno en las manos misericordiosas de Cristo Jesús.
“Padre eterno, te pedimos que protejas a los pastores de tu Iglesia de las dificultades y tentaciones, para que conduzcan a tu pueblo por la senda de la santidad.”
Génesis 37, 3-4. 12-13. 17-28
Salmo 105(104), 16-21
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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