Números 21, 8
Este relato de las murmuraciones de los israelitas y el castigo de las serpientes venenosas nos permite apreciar que la vida en el desierto fue de grandes penurias para los que salieron de la esclavitud en Egipto. Las plagas que Dios usó para convencer al faraón de que dejase salir a su pueblo deben haber sido espectaculares, casi tanto como la partición del Mar Rojo. Los israelitas fueron los beneficiarios de tantas demostraciones del poder divino que la “plaga” que ahora Dios desataba sobre ellos debe haber sido incomprensible. En Egipto, Dios había hecho todo lo necesario para llevarlos a la Tierra Prometida; pero ahora las cosas eran muy diferentes.
En el Antiguo Testamento se observa que el camino hacia la Tierra Prometida no fue fácil, y no solamente por cuenta de las dificultades del desierto. Fue difícil porque exigía la completa cooperación con Dios. En efecto, cuando los israelitas se dieron cuenta de que Dios no iba a resolverles todos sus problemas, la travesía debe haberles parecido cuesta arriba, y seguramente tuvieron que percatarse de que para llegar a su destino tenían que dejar de lado sus quejas y murmuraciones, trabajar juntos y obedecer al Señor.
Nosotros también tenemos problemas, vicisitudes y dificultades que exigen una profunda confianza y cooperación con el Señor. Ahora bien, ¿cómo reaccionamos nosotros cuando estamos en circunstancias como éstas? ¿Perdemos la esperanza, caemos en la impaciencia o tendemos a quejarnos y murmurar? ¿O contemplamos la cruz del Señor y reafirmamos la fe en la bondad del Señor y en la victoria que él ganó para nosotros?
Toda vez que te parezca encontrar obstáculos, abismos o “serpientes venenosas” en este “valle de lágrimas”, recuerda este episodio y levanta en alto la cruz de Cristo, con plena fe en su poder, porque el Señor quiere levantarte a ti y llenarte de la paz y la alegría de su Reino. Él es nuestro Médico divino, y quiere que tú recibas la mayor curación de todas: la libertad de la incredulidad, para que así puedas confiar plenamente en su bondad y en el plan perfecto que él tiene para ti.
“Amado Jesús, Señor mío, pongo mi confianza en la victoria que tú ganaste para mí en la cruz. Ayúdame a mantener siempre los ojos fijos en tu Persona.”
Salmo 102 (101), 2-3. 16-21
Juan 8, 21-30
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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