Para entender la exhortación de amar a Dios y al prójimo que nos hace Jesús en esta lectura del Evangelio según San Marcos conviene saber qué significa el amor de Dios, o sea, qué es el amor en sí mismo: “Voy a amarlos aunque no lo merezcan —dijo el Todopoderoso por medio del profeta Oseas— Voy a ser para Israel como el rocío, y él dará flores como los lirios. Sus raíces serán tan firmes como el monte Líbano… Israel vivirá de nuevo bajo mi protección; entonces crecerán como el trigo, florecerán como la vid” (Oseas, 14, 4.5.7). El amor que Dios nos concede gratuitamente nos alimenta y nos sustenta, del mismo modo que el agua produce y sustenta la vida en un jardín.
Es cierto que no merecemos el amor de Dios (Romanos 3, 10; Salmo 53, 1), ni podemos adquirirlo de ninguna manera. Tampoco se trata de que Dios nos ame por lo que somos, porque siempre nos ha amado, incluso cuando quizá ni siquiera nos interesábamos por su amor.
Decía el Beato Isaac, Abad del Monasterio de Stella (Siria): “El amor es sin duda la ley de Cristo”, que siempre está “amando a los que cuida y cuidando a los que ama” y explicaba que el amor a Dios no es la observancia de un estilo o principio particular de vida, ni un código de moral ni religioso; sino más bien es: “Cualquier forma de vida que fomente un más sincero amor a Dios y al prójimo, por causa de Dios, es en esa medida más aceptable a Dios, cualquiera sea su costumbre o apariencia externa. Porque el amor debe motivar toda acción y omisión, todo cambio o continuidad.”
Así es como debe ser nuestro amor a Dios y al prójimo, libre, sin límites legalistas ni de costumbres, sino esencialmente sincero. Jamás podríamos lograrlo con nuestras propias fuerzas. Amamos en la medida en que llegamos a conocer el profundo amor de Dios, como se nos presenta en los salmos: “Te he quitado la carga de los hombros…En tu angustia me llamaste, y te salvé…Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de la tierra de Egipto” (Salmo 81, 6. 7.10). No podemos negar que nuestro deber es amar a Dios y al prójimo, pero sólo podemos hacerlo si vivimos en Dios.
“Señor, Dios nuestro, que nos amaste primero, libremente y sin merecerlo nosotros, profundiza, te rogamos, tu amor en nuestro corazón para que sepamos amar como tú amas.”
2 Timoteo 2, 8-15
Salmo 25(24), 4-5. 8-10. 14
fuente: Devocionario católico La Palabra con nosotros
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