sábado, 16 de junio de 2018

Meditación: Mateo 5, 33-37

Yo les digo: No juren de ninguna manera. 
Mateo 5, 34

La ley del Antiguo Testamento disponía claramente que, si uno hacía una promesa con juramento, tenía la obligación de cumplirla (Números 30, 3-3; Deuteronomio 23, 22-23). Sin embargo, con el tiempo, los escribas y fariseos hicieron sutiles distinciones entre un juramento válido y uno no válido. Por causa de estas distinciones, el hecho de hacer un voto o una promesa podía transformarse en un medio para evitar lo prometido, en lugar de ser la garantía de su cumplimiento. Jesús censuró estos intentos de evadir las exigencias de la ley.

Lo que pretendía la ley era establecer una elevada norma de honestidad para que el pueblo escogido viviera según ella. Los hijos de Dios debían ser santos, apartados del mundo y vivir de un modo digno de su identidad de pueblo de Dios. Jesús vino a cumplir la ley (Mateo 5, 17) y establecer el Reino de Dios en la tierra; por eso hizo hincapié en la importancia suprema de la integridad personal, como lo exigía la propia ley. Debe bastar que una persona diga un simple “sí” o “no”, es decir, que el carácter y la rectitud de la persona debe bastar para garantizar su palabra.

Esto significa que los seguidores de Jesús deben vivir según una alta norma de honestidad. Jesús nos pide que seamos ejemplos ante el mundo, para que Dios sea glorificado (Mateo 5, 13-16) y se reconozca su presencia entre nosotros. Por el contrario, la falta de integridad personal envenena el ambiente político, comercial, social y familiar y es causa de desconfianza y animosidades que socavan el Reino de Dios.

Jesús mismo es la verdad (Juan 14, 6) y sólo por medio de él podemos vivir de un modo íntegro; además la gracia que Dios nos infunde fortalece nuestra honestidad en las relaciones personales y públicas. El Todopoderoso nos invita a tener el corazón recto y ansiar su santidad (Mateo 5, 6.8) y nos otorga la gracia para hacerlo realidad y propagar así su Reino. El poder de la muerte y la resurrección de Jesús transforma al mundo y está a nuestro alcance, de modo que tenemos la capacidad de rechazar la fuerza del pecado. El Espíritu Santo que habita en nosotros nos enseña las verdades de Dios y nos muestra cómo hemos de actuar en situaciones específicas (Mateo 10, 19-20).
“Señor Jesús, transfórmame, te lo ruego, para que yo sea honesto en todos mis actos. Que mi integridad sea una señal ante el mundo de tu presencia entre nosotros.”
1 Reyes 19, 19-21
Salmo 16(15), 1-2. 5. 7-10

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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