viernes, 15 de junio de 2018

Salmo 26

San Agustín
explica el Salmo 26:





«El ansia de Dios se ha de manifestado muchas veces en las Sagradas Escrituras sobre todo en los Salmos: «Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro» (Sal 26). Esto es en definitiva lo único que importa al salmista, porque quien ha afirmado por la fe que Dios es su vida, su alegría, su defensa, su camino, sabe por la fe que Dios no le puede faltar. Al lado de Dios todo se desvanece, incluso la angustia mortal.

««Tu rostro buscaré, Señor». Nada puede decirse más excelente. Esto lo perciben lo verdaderos amantes. Quizá alguno quisiera ser feliz e inmortal, se ha escrito, en aquellos placeres de las concupiscencias terrenas que ama. Pero tú, ¿qué dirías si te hiciera inmortal en estos deleites y deseos de alegrías eternas? Tal amador respondería: No los quiero. Todo lo que existe fuera de Él no es deleite para mí. Quíteme el Señor todo lo que quiera darme. Déseme Él.

«Dígale, pues, nuestro corazón: He buscado tu rostro; no apartes de mí tu faz. Sea ésta su respuesta: «quien me ama guarda mis mandamientos; quien me ama será amado por mi Padre y también yo lo amaré y me mostraré a él» (Jn 14,21). Sin duda alguna le estaban viendo con los ojos aquellos a quienes decía esto y escuchaban con sus oídos el sonido de su voz, y en su corazón humano pensaban que era sólo un hombre; pero a quienes le amaban les prometió mostrárseles a Sí mismo, es decir, lo que jamás el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre. Hasta que esto suceda, hasta que nos muestre lo que nos basta, hasta que bebamos y nos saciemos de Él, fuente de vida; mientras, caminando en la fe, peregrinamos hacia Él, mientras sentimos hambre y sed de justicia y deseamos con indecible ardor la hermosura de la forma de Dios (Sermón 194,4).

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