Hoy la Iglesia recuerda a San Bernabé como apóstol, aunque no fuera del grupo inicial de los Doce. Sabemos poco de él:
"José el apellidado por los apóstoles Bernabé, que traducido es lo mismo que Hijo de la consolación, levita, chipriota de linaje, como poseyese un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles" (Hch 4, 36-37).
Realmente, este gesto debió impresionar mucho a la primitiva comunidad cristiana: no sólo vender su campo sino poner el dinero a disposición de los apóstoles. Porque, ciertamente, podría haber repartido él su dinero entre los pobres como mejor le pareciera, no? Está claro que se fiaban de él, que era “un hombre bueno”, como nos dice la primera lectura, “lleno del Espíritu Santo y de fe”. No sabemos si tenía el don de la palabra y el anuncio, pero sí sabemos que junto a Pablo, fue cauce de conversión para muchos en Antioquía. Más aún, fue un decidido valedor de los paganos (los que no son de los nuestros de toda la vida, vaya…) ante los cristianos judaizantes, abriéndoles las puertas de la Iglesia y del Evangelio. También sabemos otro dato que puede ayudarnos a nosotros hoy: cuando Pablo llega a Jerusalén buscando a los discípulos, nadie le creía; seguían viendo en él al perseguidor. Y fue Bernabé quien intercedió por él y le dio credibilidad al llevarlo consigo ante los apóstoles y en la misión.
¿Qué aprender nosotros hoy de este apóstol?
- su desprendimiento efectivo de los bienes y propiedades que tenemos
- su sentido eclesial al poner a disposición de los apóstoles el reparto de esos bienes
- la capacidad para saber ver en otros (aunque estén cuestionados y rechazados) su disposición para el anuncio del Evangelio, arriesgando nuestra propia imagen y credibilidad
- su corazón misericordioso, compasivo, sensible a las necesidades de los demás y capaz de consolar a sus hermanos
- su dedicación plena en el anuncio del Evangelio, dando gratis lo que gratis le fue dado, como nos recuerda hoy Mateo.
Cada cual, según el don recibido y la fuerza que Dios no de, hagamos lo posible. Y si además, fuéramos capaces de ser apóstoles que no necesitan ni faja, ni oro, ni plata, ni túnica ni bastón… , seríamos un poco más, como aquellos primeros cristianos.
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