Mateo 13, 18
Hoy leemos la explicación de la parábola del sembrador, que Cristo había pronunciado un poco antes. La distinción entre los tipos de “terreno” con los que se puede comparar el corazón humano se reduce a determinar si estamos o no dispuestos a recibir las verdades del Reino y si anhelamos conocer la vida de Cristo. El corazón bien dispuesto, igual que el terreno bueno, está listo para recibir la semilla de la Palabra de Dios, porque está preparado para dejar que el Espíritu Santo produzca mucho fruto para el Reino.
La Palabra de Dios es una semilla llena de potencial. La única diferencia es la condición del terreno. De todos modos, si no tenemos un corazón perfecto, no hemos de perder la esperanza. El Espíritu Santo está siempre dispuesto a revelarnos, consolarnos, enseñarnos y fortalecernos, y está deseoso de comunicarnos su sabiduría y su conocimiento. Todo lo que nos pide es que acudamos a él con docilidad de corazón para recibir su Palabra. Una y otra vez el Señor ha demostrado que cumple fielmente sus promesas.
¿Qué tipo de terreno crees tú que tienes en el corazón? ¿No te interesa conocer las verdades del Reino y prefieres seguir tu propio camino? ¿Deseas experimentar la vida de Cristo en forma personal y profunda? Estas preguntas sirven para determinar qué clase de terreno tiene uno en el corazón. ¿Quieres dar fruto para el Reino de Dios? ¿Estás dispuesto a recibir los mandamientos de Dios, que son fuente de vida?
Casi todos seguimos teniendo piedras, espinas y raíces de amargura en el terreno del corazón. Pero si buscamos al Señor en la oración, recibiendo la Santa Comunión y leyendo la Sagrada Escritura, podemos estar preparados para recibir la semilla de su Palabra en mejores condiciones. Si somos receptivos al Espíritu Santo, él puede mejorar la condición de nuestro corazón para que Jesús trabaje en él y nos ayude a dar fruto y producir el ciento por uno para su Reino. Vayamos hoy a encontrarnos con Jesús en la oración; él es el único que puede prepararnos para su cosecha.
“Señor, Salvador mío, ayúdame a fijar la vista en tu voluntad. Permite que tu Palabra cobre vida en mí al leer y meditar en la Sagrada Escritura, para que la entienda y reciba sanación. Te entrego mi corazón y te pido que lo uses para tu gloria.”
Jeremías 3, 14-17
(Salmo) Jeremías 31, 10-13
fuente: Devocionario La Palabra con nosotros
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