En seguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él.Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos.Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer,para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías:Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones.No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas.No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia;y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.
RESONAR DE LA PALABRA
Cerca de los que sufren
Terminamos la semana con el profeta Miqueas, contemporáneo de Isaías, que entona un amargo lamento por la injusticia que sufre el pueblo, o mejor dicho, como siempre ocurre, una parte del pueblo. Cuando hay oprimidos, tiene que haber opresores, los que tienen el poder, dice Miqueas. Y la imagen que elige para expresar el sufrimiento causado por la injusticia es la imposibilidad de caminar erguidos porque el robo, la mentira y la avaricia son un yugo que oprime a cada persona y la va encorvando.
Y esto, en tiempos de Miqueas y en todos los tiempos. Quizá sea parte de la naturaleza humana, pero también lo es la capacidad para salir de esa opresión, para denunciarla, para elegir con claridad de qué lado estamos. Dios lo tiene claro: ve las penas y los trabajos, los mira y los toma entre sus manos.
Es el mismo Dios que en Jesús se ha hecho palabra y gesto sanador, consolador, salvador. Pasó haciendo el bien, curando dolencias, anunciando el derecho, sembrando esperanza, poniendo en pie a todos los encorvados de la historia... Eso sí: Jesús, el Siervo Mesías, el Hijo de Dios, no lo hará con violencia ni impaciencia; Él es el hombre erguido y fiel que libremente cargará sobre sí nuestras cargas y nos revelará nuestra injusticia, pero sin quebrar la caña cascada ni apagar los pábilos vacilantes de nuestro mundo. Y para esto, se requieren varias cosas: un profundo sentido de la justicia que nos impulse no sólo a denunciar al opresor sino también a sufrir en uno mismo la injusticia para acabar con ella. Además, vivir como el Siervo nos pide un tierno amor a todo ser humano y una esperanza infinita en la vida.
Ojalá Dios nos vaya haciendo cada vez más siervos al estilo de Jesús; es decir, siervos suficientemente valientes para anunciar y denunciar y a la vez, suficientemente comprometidos para que cada una de nuestras palabras vaya siempre acompañada de gestos concretos y sencillos que son, los que al final, hacen de este mundo un lugar más humano, más justo y más fraterno.
CR
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