Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo".El les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno,y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo.El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!"
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos amigos:
«Mío es el juicio» –dice el Señor–. Es un mensaje que libera: te exime de la imposible tarea de meterte a juez definitivo de la gente. Es un mensaje que está en su sitio: solo Dios escruta las conciencias. Tú, sin duda, harás tus apreciaciones sobre las personas, valorarás conductas, te mostrarás conforme o contrario a leyes humanas; pero el juicio definitivo sobre la realidad moral y teologal del otro es competencia de Dios.
Albert Camus escribió en La caída un texto que J. Ratzinger citaba en su libro Fe y futuro. Decía un personaje a su interlocutor: «Créame, las religiones se equivocan a partir del momento en que hacen moral y fulminan con mandamientos. No se necesita a Dios para crear culpables y castigar. Nuestros semejantes bastan, ayudados por nosotros mismos. Usted ha hablado del Juicio Final. Permítame que me ría respetuosamente. Le estaba esperando a pie firme: he conocido algo mucho peor, que es el juicio de los hombres. […] ¿Y entonces? Entonces la única utilidad de Dios sería garantizar la inocencia y yo más bien vería a la religión como una gigantesca empresa de lavandería, algo que por otra parte ya fue brevemente, durante solo tres años, y no se llamaba religión». Y añadía Ratzinger: «La fe en el futuro, de la que hablamos al afirmar que la fe de Abrahán es perfeccionada en Jesús, solo es promesa, solo es esperanza, solo es realmente ofrecimiento de futuro porque simultáneamente promete la tierra del perdón».
La Iglesia no es aquí y ahora una Iglesia de los puros e impecables. Es una Iglesia de pecadores en que cada uno estamos llamados a llevar la carga del hermano, si bien, para brillar como el sol del futuro Reino de Dios, hemos de ser luz ahora y aquí, y Jesús nos espolea a que secundemos las llamadas que nos dirige en su evangelio, en particular en su discurso del monte.
Podemos, pues, juntar, estos dos mensajes: uno, el de no juzgar, y aceptar pertenecer a una Iglesia que no es la de los sin pecado; dos, responder nosotros a la llamada del Señor a ser justos. Así, teniendo para los demás entrañas de misericordia y con nosotros un corazón no complaciente ni autosatisfecho, nos reiremos del juicio.
CR
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