que sembró buena semilla en su campo.
Mateo 13, 24
Para explicar el Reino de los cielos, el Señor contó la parábola del trigo y la cizaña usando figuras muy conocidas, las del campo y las semillas. Un hacendado había sembrado semilla buena en su campo, pero los trabajadores que debían cuidar la granja se durmieron. Cuando dormían, vino el enemigo y sembró mala hierba junto al trigo. Cuando el trigo brotó y empezó a crecer, también apareció la cizaña.
Los trabajadores avisaron al hacendado que el campo estaba lleno de los brotes de trigo y de hierba mala. El hombre, dándose cuenta de que un enemigo suyo había sembrado la cizaña, decidió dejarla crecer junto con el trigo hasta que ambos maduraran. Sabía que si trataba de arrancar la maleza mientras el trigo estaba apenas brotando, éste también sería arrancado y se perdería toda la cosecha. Pero, si esperaba hasta que los dos tipos de plantas maduraran, sería más fácil tratar de salvar el grano, ya que tendría una raíz más firme y resistiría la cosecha.
Para comprender la enseñanza de esta parábola, como la de todas las que contó Jesús, es preciso orar y reflexionar. En nuestro mundo encontramos el bien y el mal: Aquellos que tratan de seguir al Señor con todo su corazón, y aquellos que son indiferentes o incluso hostiles a Dios. A veces pensamos que sería más fácil seguir fielmente a Dios si pudiera eliminarse el mal y desaparecieran todos los malvados: “Si no hubiera tanta tentación en todas partes, ¡yo sería un mejor cristiano!”
Si fuéramos nosotros los que decidiéramos quiénes debían salvarse y quiénes ser destruidos, ¡el Reino sería sumamente pequeño! La mejor estrategia es, pues, esperar a que el Señor decida quiénes se salvan, ser fieles y orar siempre para rechazar la oscuridad en el mundo y en nuestro propio corazón. ¿No sería maravilloso ver que todos nuestros seres queridos y conocidos lleguen al final de los tiempos resplandecientes como el sol? Recordemos que Dios no envió a su Hijo al mundo a condenarlo, sino a salvarlo. Él nos invita a ser instrumentos suyos para la salvación. Nosotros somos sus instrumentos, pero el que realiza la obra es él mismo, con la fuerza del Espíritu Santo. ¡Señor, estoy a tu disposición!
“Padre eterno, enséñame a ser paciente con los demás mientras espero la gran cosecha de tu viña. Perdona mis pecados y ayúdame a ser una luz para cuantos necesitan ayuda para entender tus caminos, y así puedan entrar un día en tu Reino.”Jeremías 7, 1-11
Salmo 84(83), 3-6. 8. 11
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros.
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