El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza.
Mateo 13, 31
La semilla de mostaza era conocida precisamente por ser la más diminuta de todas; es tan pequeña que fácilmente se escurre por entre los dedos y se pierde en el suelo. Pero una sola de esas minúsculas semillas puede crecer poco a poco hasta llegar a ser un arbusto en el que los pájaros hacen nido. ¡Pequeñísima al comenzar, pero enorme al terminar! ¿No es así también el Reino de Dios?
Jesús comparaba este común milagro de la naturaleza con la transformación que se produce cuando la semilla de la Palabra de Dios echa raíces en el corazón de quien la acoge con amor. En el Bautismo recibimos en forma de semilla el regalo más extraordinario jamás imaginado —el Reino de Dios— y esta semilla va a crecer en nosotros cada día si la cultivamos y la nutrimos con la fe y la obediencia y también con la palabra y los sacramentos.
El Señor puso además como ejemplo otra experiencia de la vida tradicional: la dueña de casa que amasa y hornea diariamente el pan. Un poco de masa que se deja sin tocar no cambia; sigue siendo un poco de masa; pero si se le añade levadura, se produce un cambio asombroso: la masa sube y al salir del horno es un pan sabroso, un alimento básico. Pero, tal como hay que amasar la masa para mezclar la levadura, así también el cristiano debe soportar ciertos golpes, presiones y estiramientos que le hace el Espíritu Santo para cambiar y renovar su forma de pensar. Esta es la misma lección de la semilla de mostaza: el Reino de Dios crecerá a medida que su palabra eche raíces en el corazón y la mente del creyente.
San Pablo nos recuerda que somos “nuevas criaturas” en Cristo (2 Corintios 5, 17) y que Dios ha plantado en nuestro corazón gracias y bendiciones inimaginables (Efesios 1, 3); además, en el Espíritu, tenemos un “poder trascendente” que “viene de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4, 7). Todo lo que nos pide el Señor es que plantemos la semilla de este Reino en el suelo de la fe viva; así recibiremos la dinámica energía espiritual que necesitamos para llegar a ser como Jesús.
“Padre, lléname de tu Espíritu Santo, te lo ruego, y transfórmame para seguir los pasos de santidad de Cristo y para que tu Reino crezca en mí más y más. Amén.”Jeremías 13, 1-11
(Salmo) Deuteronomio 32, 18-21
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario