Vemos, en el Evangelio, este día mis hermanos, que el maestro del campo habiendo sembrado su grano en tierra fértil, el enemigo vino mientras dormía y sembró la cizaña. Esto quiere decir que Dios había creado el Hombre bueno y perfecto, pero que el enemigo vino y sembró el pecado. He allí la caída de Adán, terrible caída que dio la entrada al pecado en el corazón del Hombre.
¿Hay que arrancar la cizaña? Dirán ustedes. «No, responde el Señor, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el buen grano. Esperen hasta la ciega». El corazón del Hombre debe permanecer así, hasta el final, una mezcla de bien y de mal, de vicio y de virtud, de luz y de tinieblas, de buen grano y de cizaña. Dios no quiso destruir esta mezcla, rehaciendo nuestra naturaleza adónde solamente habría buen grano. Él quiere que combatamos, que trabajemos en impedir que la cizaña invada todo. El demonio viene a sembrar las tentaciones en nuestros pasos; pero con la gracia podemos vencerlo, podemos sofocar la cizaña
Tres cosas son absolutamente necesarias contra la tentación: la oración para iluminarnos, los sacramentos para fortificarnos, y la vigilancia para preservarnos. ¡Felices las almas que son tentadas! Es cuando el demonio prevé que un alma tiende a la unión con Dios que aumenta su rabia.
(Trad. ©Evangelizo.org)
San Juan María Vianney (1786-1859)
presbítero, cura de Ars
Espíritu del Cura de Ars en sus Catecismos, en sus homilías, en sus Conversaciones
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