Jesús dijo a sus apóstoles: "No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa". Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.
El culto vacío y el culto que Dios quiere
Durante la vida del profeta Isaías el pueblo de Dios estaba amenazado por una potencia extranjera: Asiria. El pueblo vivía una época de prosperidad, el Templo mantenía su culto, sin embargo, su corazón estaba lejos de Dios, por sus alianzas con la potencia extranjera y la vaciedad de su culto, que no nacía del amor, sino de la costumbre. Isaías denuncia semejante situación y dice que Dios se siente traicionado por la infidelidad de su Pueblo, que siente celos y que ritos y leyes le tienen harto: Estoy harto de holocaustos de carneros… ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos... Novilunios, sábados… no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto…. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé.
Lo que Dios quiere es fidelidad: una fe que se traduzca, sobre todo, en justicia y compasión hacia los más desfavorecidos de la sociedad: Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.
Las palabras poéticas del salmo resuenan como una queja de Dios ante la tesitura de un pueblo que cree estar en alianza con él, pero que en realidad no escucha su mandato: al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios. Y seguir el buen camino no es hacer ritos y ritos sino ejercer el derecho y la justicia.
Con Jesús todo esto nos queda mucho más claro. Él fue el gran ejemplo de la fidelidad que Dios Padre espera de su Pueblo. Como otros profetas, Jesús no aceptó tampoco la religiosidad ritualista y legalista. Jesús impulsaba a todos a establecer relaciones auténticas con Dios, que implicaban la bondad, la misericordia y la justicia para con los hermanos.
Jesús nos enseñó a mirar la realidad con los ojos y la inteligencia de la profundidad; “puso en crisis” nuestras relaciones, nuestro sistema de valores –especialmente los religiosos-: «No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre…; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa… el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará… El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado… El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»
Con estas palabras, que Mateo pone en boca de Jesús, nos enseña el Maestro el arte de la fidelidad, de la fe comprometida con una nueva Alianza y un nuevo orden cosas. Jesús nos hace ver que la fidelidad trae conflictos, situaciones de encrucijada en que hemos de elegir y comprometernos.
Hay, pues, una pregunta que en este día nos acompañará: ¿Soy fiel a la Alianza de Dios con nosotros? ¿Soy partícipe de una ritualidad vacía, descomprometida? ¿Son la compasión, la misericordia, las decisiones radicales, la misericordia sin medida, las características de mi fe? Pidámosle al Espíritu que anime nuestra fidelidad y la vuelva expresiva en el compromiso por una transformación de las relaciones entre nosotros y entre nosotros y Dios.
CR
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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