Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.El les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer.Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
Profetas al servicio de la reconciliación
Pensamos en los profetas como personas un poco crispadas, radicales. Su palabra la imaginamos siempre dura, llevándonos a decisiones extremas y dolorosas. Pero no es así. Los discípulos fueron enviados por Jesús a predicar el Reino de Dios, es decir, que todos los hombres y mujeres estamos llamados a formar parte de la familia de Dios, que todos somos de hecho ya hijos e hijas de Dios, que todos somos objeto del amor misericordioso y compasivo de Dios, más allá de las fronteras, de las culturas, de las lenguas e, incluso, de las religiones. Ése es el gran mensaje profético de Jesús. Eso es lo que nosotros, discípulos de Jesús en el siglo XXI debemos predicar. Somos profetas al servicio de la reconciliación y de la unión en el seno de la familia de Dios. No somos profetas de desgracias ni de divisiones, sino de encuentro y de fraternidad.
La primera y la segunda lectura iluminan este aspecto de nuestra misión. En la primera lectura, Dios se dirige a los líderes del pueblo. No han cuidado del rebaño, lo han dividido, lo han dispersado. Por eso, Dios anuncia que va a reunir a las ovejas dispersas, que va a poner a su frente a pastores que cuiden del rebaño, que lo mantengan unido. Termina la lectura con el anuncio de la llegada de un rey pastor que hará justicia al rebaño. Es la justicia de Dios que consiste en dar a cada uno no “lo suyo” sino todo lo que necesita para crecer, para realizarse, para desarrollar en plenitud este don inmenso que Dios mismo nos ha regalado que es la vida. Y la segunda lectura de la carta a los efesios habla de Cristo como el eje sobre el que se reconcilian los dos pueblos que estaban separados: el mundo judío y el mundo pagano. Era la gran división que se vivía en los tiempos de Jesús. Por una parte los que se sentían propietarios de las promesas de Dios, por otra los que estaban excluidos. Había incomprensión y enemistad entre los dos pueblos. Había una gran separación. La misma lectura afirma que Jesús ha reunido por su sacrificio los dos pueblos, ha derribado el muro que los separaba y que estaba hecho de odio, ha hecho las paces entre los dos, ha creado un nuevo pueblo, ha traído la paz.
Es Cristo el que reconcilia a los pueblos. El que atiende a todos lleno de compasión porque nos ve, al decir del Evangelio de hoy, como “ovejas sin pastor”. A nosotros nos corresponde continuar su misión y ser profetas al servicio de la reconciliación. En el mundo y en nuestra nación, en nuestro barrio y en nuestra familia. Cada vez que logramos que alguien se reconcilie, estamos siendo cristianos de verdad. Eso significa ser cristianos: ser creadores de perdón, de fraternidad, de reconciliación.
Para la reflexión
¿Hay algún aspecto de tu vida que esté necesitado de reconciliación y perdón? Pon nombre y rostro a aquel con quien crees que te deberías reconciliar: esposo o esposa, hijo o hija, padre o madre. Y ahora piensa en algo concreto que puedas hacer para reconciliarte.
Fernando Torres cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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