Cada vez que vivimos conforme al Evangelio en nuestra vida cotidiana, podemos tener la certeza de que enfrentaremos algún tipo de dificultad u oposición.
Cuando se dan estos casos de persecución, ¿dónde podemos encontrar un pilar o un ancla que nos sirva de apoyo firme y seguro? El ancla que tenemos es la seguridad de que el Espíritu Santo habita en nosotros y que no sólo puede ser nuestro guía en todas las circunstancias sino quiere serlo.
Cuando Jesús dio sus advertencias y recomendaciones a los Doce —y por extensión, a todos los creyentes— al enviarlos a predicar el Evangelio, les hablaba por experiencia propia. El Señor dependió siempre del poder del Espíritu Santo y del amor y la protección de su Padre, pues sabía que era inevitable que su misión fuera mal interpretada y lo persiguieran. Del mismo modo, los discípulos no debían preocuparse de lo que deberían decir cuando los sometieran a juicio por su testimonio de Cristo, “Pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes” (Mateo 10, 20).
Jesús fue odiado, traicionado, enjuiciado y finalmente ejecutado por su testimonio; sin embargo, en todo momento, recurrió a la fortaleza y la guía del Espíritu Santo. Hasta cuando sus enemigos pensaban que lo habían derrotado, Jesús permanecía arraigado en su conocimiento del amor del Padre y sabía que no sería avergonzado.
El Espíritu Santo que habita en nosotros es el que derrama el mismo amor de Dios en nuestro corazón y nos da la confianza necesaria para encarar la oposición (Romanos 5, 1-5). Pero si la persecución es inevitable, más cierto aún es el poder del Espíritu que vive en nosotros por el Bautismo. El Paráclito se deleita en fortalecernos cuando somos fieles y obedientes a Dios, dispuestos a pagar el precio de nuestro testimonio de Cristo. Sin embargo, los modestos pasos de obediencia que damos quedan siempre empequeñecidos por la fidelidad con que Dios cumple su promesa de guiarnos y alentarnos mediante la acción de su Espíritu. Es imposible tener una confianza más grande que ésta, porque no hay aliado más fiel que el Espíritu Santo. Adoptemos, pues, la actitud de Jesús y obedezcamos a Dios mientras esperamos con toda confianza la respuesta fiel del Espíritu.
“Señor, Espíritu Santo, me entrego por completo a tu protección. Concédeme la capacidad de confiar en ti para anunciar y defender el Evangelio, sin importar el costo. Ayúdame, Señor, a dar fiel testimonio de Cristo en todas las situaciones de mi vida.”
Oseas 14, 2-10
Salmo 51(50), 3-4. 8-9. 12-14. 17
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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