«Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida»
Hermanos muy amados, calmad vuestra sed en las aguas de la fuente divina de la cual deseamos hablaros: calmad, pero no la apaguéis; bebed, pero no quedéis saciados. La fuente viva, la fuente de vida nos llama y nos dice: «El que tenga sed que venga a mí y que beba» (Jn 4,37). Comprended eso que bebéis. Que os lo diga el profeta Jeremías y que os lo diga la misma fuente: «Palabra del Señor, me han abandonado a mí, la fuente de agua viva» (Jr 2, 12-13). El mismo Señor, nuestro Dios, Jesucristo, es esta fuente de vida y por eso nos invita a ir a él para que bebamos de él. Le bebe el que ama, le bebe el que se alimenta de la Palabra de Dios... Bebamos, pues, de la fuente que otros han abandonado.
Para que comamos de este pan, para que bebamos de esta fuente... él mismo se dice «el pan que da la vida al mundo» (Jn 6,51) y que debemos comer... Ved de dónde brota esta fuente, ved también de dónde desciende este pan: en efecto, él mismo, el Hijo Único, nuestro Dios, Cristo Señor, es pan y es fuente, y de él, sin cesar, debemos tener hambre.
Nuestro amor nos lo da en comida, nuestro deseo nos lo hace comer; saciados, todavía lo deseamos. Vayamos a él como fuente y bebamos siempre de él con exceso de nuestro amor, bebámosle siempre con un deseo siempre renovado, tomemos nuestro gozo en la dulzura de su amor. El Señor es suave y bueno. Lo comemos y bebemos y no dejamos de tener hambre y sed de él, porque no podríamos agotar este alimento y esta bebida. Comemos de este pan, y no lo agotamos; bebemos de esta fuente, y no se seca. Este pan es eterno, esta fuente fluye sin fin.
San Columbano (563-615)
monje, fundador de monasterios
Instrucción espiritual, 12, 2, 3
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