viernes, 1 de mayo de 2020

MEDITACIÓN PARA HOY: HECHOS 9, 1-20





Ananías contestó… (Hechos 9, 13)

Al leer esta primera lectura, supongamos que, cuando Dios le dijo a Ananías que fuera a rezar por el perseguidor, éste hubiera contestado: “¡De ninguna manera, Señor! Saulo tiene las manos manchadas de sangre. Yo tengo familia y no sería prudente arriesgarme tanto. Tal vez deberías buscar a otro que lo haga.”

Si Ananías hubiera dado alguna de estas respuestas, lo habríamos encontrado comprensible, pues sabemos que hubo profetas, como Jonás y Jeremías, que quisieron esquivar las misiones que Dios les daba, así como a veces lo hacemos nosotros. Afortunadamente, Ananías asumió una perspectiva más constructiva y creativa que los fieles también podemos adoptar para afrontar las misiones difíciles que a veces el Señor nos pide realizar. Podemos resumirla en tres elementos:

Hablar con Dios. En lugar de disculparse o poner oídos sordos, Ananías le planteó al Señor sus objeciones en forma honesta (Hechos 9, 13-14). Naturalmente, no era necesario contarle a Dios, que todo lo sabe, las atrocidades que Saulo había cometido, pero Ananías necesitaba expresar lo que sentía. Lo mismo sucede con nosotros.

Escuchar a Dios. Una vez que le hemos presentado al Señor nuestros temores, reservas y preguntas, es tiempo de escuchar. Jesús le dijo a Ananías que Saulo se había convertido de perseguidor en un “instrumento escogido” (Hechos 9, 15). Aun cuando ésta parecía ser una situación difícil de aceptar, Ananías le creyó a Dios y estuvo dispuesto a cambiar su forma de pensar. Ese también es un desafío para nosotros.

Aceptar el plan de Dios. Ananías pudo haberse acercado a Saulo a regañadientes, como lo hacemos nosotros cuando no nos gusta la misión recibida y haber pensado con resentimiento: “Señor, ¿por qué no me elegiste a mí para ser tu gran apóstol? Yo lo merezco más que Saulo.” Pero Ananías era dócil y obedeció, entendió la visión y quiso cumplirla a cabalidad. Casi podemos percibir su fervor y la generosidad de su espíritu en sus primeras palabras a Saulo. No le dijo “Tú eres un pecador”, ni solo “Saulo” a secas; lo llamó “Saulo, hermano…” (Hechos 9, 17).
“Señor Jesús, creo que me pides que haga algo y te confieso que me resisto. Indícame claramente tu deseo mi Señor.”
Salmo 117 (116), 1-2
Juan 6, 52-59
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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