“Esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos”
“Cristo nos ha encargado el ministerio de la reconciliación” (2Co 5,18). Pablo pone aquí en evidencia la dignidad de los apóstoles, mostrando la grandeza de la misión encomendada a ellos por el inmenso amor de Dios hacia nosotros. Aun habiendo los hombres rehusado escuchar al que les había invitado, Dios no dio libre curso a su ira ni los rechazó para siempre, sino que continúa llamándoles bien directamente, bien por medio de sus ministros. ¿Quién será capaz de exaltar convenientemente tanta solicitud?
Inmolaron al Hijo enviado para reparar sus ofensas, al Hijo único y consustancial, y el Padre no ha rechazado a sus asesinos. No dijo: les envié a mi Hijo y, no contentos con no escucharle, le han condenado a muerte y le han crucificado; justo es, pues, que yo les abandone. Hizo más bien todo lo contrario. Y una vez que Cristo abandonó la tierra, nos encargó que le sustituyéramos: “Nos encargó el ministerio de la reconciliación”. Es decir, “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados” (v.19).
¡Oh caridad infinita! ¡Tú superas toda comprensión! ¿Quién es el ofendido? Dios mismo. ¿Quién dio el primer paso para la reconciliación? También Dios. (…) Si Dios hubiera querido pedirnos cuentas, todo se hubiera acabado para nosotros, pues que todos estábamos muertos (2Co 5,14). Pues bien: no obstante el gran número de nuestros pecados, no sólo no nos ha obligado a sufrir la pena, sino que además ha querido reconciliarse con nosotros: no contento con abonarnos la deuda, no la ha tenido ni en cuenta. ¡Este es el modo en que debemos perdonar a nuestros enemigos, si queremos asegurarnos el perdón de Dios! “Él nos encargó el ministerio de la reconciliación.”
San Juan Crisóstomo (c. 345-407)
presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 11 sobre la segunda carta a los Corintios (2-3: PG 61, 89-91)
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