Liberados de las ataduras del pecado por la cruz de Cristo
San Pablo dijo: «Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6,14). Fue una cosa asombrosa que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé; pero esto, ¿qué beneficio reportaba a todos los ciegos del mundo? Fue una cosa muy grande y por encima de la naturaleza la resurrección de Lázaro, muerto hacía ya cuatro días; pero de esta gracia sólo se beneficiaba él, no socorría en nada a todos los que, en el mundo, estaban muertos por sus pecados. Fue extraordiario sacar, de cinco panes, comida para cinco mil hombres; pero eso no servía para nada a los que, en todo el universo, sufrían hambre por su ignorancia. Fue asombroso liberar a una mujer encadenada por Satán desde hacía dieciocho años; pero ¿qué supone eso para todos nosotros que vivimos atados por las cadenas de nuestros pecados?
Ahora bien, la victoria de la cruz ha llevado la luz a todos los que la ignorancia los hacía estar ciegos, desató todos los que estaban cautivos del pecado, y rescató a toda la humanidad. No te sorprenda, pues, que el mundo entero haya sido rescatado. El que murió por esta causa no era tan sólo un hombre, sino el Hijo único de Dios. La falta de Adán trajo la muerte al mundo entero; si la caída de uno solo hizo reinar la muerte sobre todos, ¿con cuanta más razón, la justicia de uno solo no hará que reine la vida? (Rm 5,17). Si antiguamente, por el árbol del que comieron el fruto, nuestros primeros padres fueron echados del paraíso, ¿es que ahora, por el árbol de la cruz de Jesús, los creyentes no entrarán con mucha más facilidad en el Paraíso? Si el primer ser modelado de tierra trajo la muerte para todos ¿es que el que lo modeló de tierra no va a traerle la vida eterna, puesto que él es la misma vida? (Jn 14,6).
San Cirilo de Jerusalén (313-350)
obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia
Catequesis bautismal, nº 13
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