Todo ministerio opera bajo la convicción de que nada, absolutamente nada, en nuestra vida está por fuera de la misericordia y del criterio de Dios. Al esconder alguna parte de nuestra propia historia, ya sea de nosotros mismos o de los ojos de Dios, nos estamos atribuyendo un papel de divinidad. Así, nos convertimos en jueces de nuestro propio pasado y limitamos la misericordia de Dios a nuestros propios temores. Nos desconectamos no solo de nuestro propio sufrimiento, sino también del sufrimiento de Dios por nosotros.
El reto del ministerio es ayudar a las personas que atraviesan situaciones muy concretas, tales como la enfermedad o el dolor emocional, las limitaciones físicas o mentales, la pobreza, la opresión, o el estar atrapados en las complejas redes de instituciones seculares o religiosas, a ver y experimentar su historia como parte del continuo trabajo de redención que Dios lleva a cabo en el mundo. Esta perspectiva y esas experiencias tienen la capacidad de sanar precisamente porque regeneran la conexión perdida entre Dios y el mundo, y porque crean una nueva unidad en la que los recuerdos que antes parecían destructivos por completo, ahora forman parte de un suceso redentor.
Henri Nouwen
(Momentos de paz...)
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