Jesús sentado la mesa con los fariseos
El Creador del mundo, eterno e invisible, dispuesto a salvar a todo el género humano que, desde el inicio de los tiempos, se arrastraba y estaba sometido a las duras leyes de la muerte, «en estos tiempos que son los últimos» (Heb 1,2) se ha dignado hacerse hombre..., y, en su clemencia, rescatar a aquellos que su misma justicia había condenado. Para demostrar cual es la profundidad de su amor hacia nosotros, no sólo se hizo hombre, sino hombre pobre y humilde, y «siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos» (2Co 8,9). De tal manera se hizo pobre por nosotros que ni tan sólo tuvo dónde reclinar su cabeza: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20).
Es por eso que él aceptaba ir a las comidas a las que se le invitaba, no por el gusto inmoderado de las comidas, sino para mostrar que había llegado la salvación y suscitar en ellos la fe. En ellas y a través de sus milagros, llenaba de luz a los invitados. En ellas, incluso los sirvientes que, ocupados, estaban en el interior, escuchaban su palabra de salvación. En efecto, nunca menospreció a nadie, nadie era indigno de su amor puesto que «te compadeces de todos, Señor, y no odias nada de lo que has hecho» (Sb 11,24).
Para llevar a cado su obra de salvación, el Señor entró, pues, un sábado en casa de un fariseo notable. Los escribas y fariseos le observaban para poderle recriminar pues si curaba a un hidrópico, le podían acusar de violar la Ley y, si no le curaba, podían acusarle de falta de compasión y de debilidad... A través de la luz de su purísima palabra de verdad, vieron pronto desvanecerse todas las tinieblas de su mentira.
Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157)
abad cisterciense
Sermón
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