“Siento, Señor, que la tierra de mi espíritu es aún inconsistente y vacía, que las tinieblas cubren la superficie del abismo… En efecto, ella está inmersa en la confusión como en una especie de caos espantoso y oscuro, ignorando tanto su fin como su origen y su propia naturaleza… Así es mi alma, Dios mío, así es mi alma. Una tierra desierta y vacía, invisible e informe, y las tinieblas cubren la superficie del abismo… Pero el abismo de mi espíritu te invoca, Señor, para que tú crees, también de mi, unos cielos nuevos y una tierra nueva”
Guido II. Meditaciones, V; SCh 163, 148-150
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