Evangelio según San Juan 15,18-21
Jesús dijo a sus discípulos:«Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí.Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes.Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.»
Perseguidos por el mundo, guiados por el Espíritu
El texto de los Hechos nos habla de una Iglesia que ya ha recorrido un cierto camino, y comienza a formarse una segunda generación de cristianos: hijos de creyentes que también aceptan la fe y se consagran a la misión, como en el caso de Timoteo. Un buen ejemplo de llamada y vocación en el tiempo de la Iglesia. No deja de sorprender el detalle de su circuncisión por decisión de Pablo, tan decididamente opuesto a ceder a las prácticas judías. Supongo que los exégetas discutirán la historicidad de este dato. Podemos, sin embargo, interpretarlo con benevolencia, como aplicación de la máxima del mismo Pablo, “me he hecho judío con los judíos, para ganar a los judíos (…); me he hecho todo a todos, para ganar a algunos” (1 Cor 9, 20.22). Los principios, al final, deben ceder o, mejor, someterse, al gran principio del amor. Ese es el principio inspirador del Espíritu, que, como indica el texto de los Hechos, es el que guía realmente la misión apostólica.
De hecho, en el relato de hoy se está a punto de dar un paso decisivo en la expansión del Evangelio: el paso a Europa. Europa, por boca de un macedonio, pide ayuda. Así hay que entender la evangelización: no es una conquista, un sometimiento, la victoria de determinada ideología, sino la ayuda que Dios nos ofrece, tendiéndonos la mano por Jesucristo. Y así tiene que entender la Iglesia su misión también hoy, abandonando todo complejo, creer que su misión es hacer llegar la ayuda de Dios a todos en el asunto más decisivo de nuestra vida: el de la salvación.
Evitar la tentación de la conquista y la victoria no es cosa fácil, pues la vieja mentalidad nos acompaña, pese a todo. Pero precisamente la promesa de Jesús de que nuestra misión irá con frecuencia acompañada de odio y persecución, nos ayuda a superar esas tentaciones. El fondo de nuestro ser grita como el macedonio: “¡ayúdanos!”. Y es esa honda necesidad la que coopera para la aceptación del Evangelio y el éxito de la misión. Pero en el ser humano habita también el pecado, que por los más variados motivos rechaza el mensaje evangélico, trata de acallarlo y rechaza y persigue a los que lo proclaman.
La Europa que pedía ayuda por medio del macedonio, parece que hoy está más inclinada a rechazar a Cristo, renegando de sus raíces cristianas. Pero tenemos que saber discernir en medio del griterío que impugna el Evangelio, el otro grito más hondo que sigue implorando ayuda. En realidad, las dos tendencias existen en cada uno de nosotros. Debemos discernirlas en nosotros mismos, para que triunfe esa voz más profunda y auténtica, de manera que, como Pablo y sus compañeros, podamos embarcarnos en la misión “seguros de que Dios nos llama a predicar el Evangelio”.
Cordialmente,
José María Vegas CMF
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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