viernes, 16 de junio de 2017

Desde la cumbre

P. Carlos Valles sj - Año 2008
Fuente: Meditaciones - Blog P. Carlos Valles -
‘El valle es precioso,
mas no tiene valor sin la montaña.
Asciende primero a la montaña,
conquista la cima,
y al retornar todo será diferente.’
(Chamalú)
El valle es la vida diaria y la montaña es la contemplación. El valle es hermoso en sus campos arados, sus hileras de árboles, sus caminos y sus arroyuelos, sus poblados y sus rebaños. Pero para ver su hermosura hay que contemplarlo desde la cima. Hay que subir a la montaña, conquistar altura, adquirir perspectiva, dominar el paisaje. Al ver todo a vista de pájaro desde la cumbre privilegiada que abarca horizontes, sentimos la belleza de la vista aérea, relacionamos las parcelas de vida en su conjunto pictórico, marcamos las direcciones de los caminos, entendemos el valle. Ahora ya podemos bajar y disfrutar de cada rincón porque sabemos su emplazamiento y comprendemos su entorno. Conocemos el valle porque hemos subido a la cima.

Es que ni el valle sería valle si no hubiera cima. Si no tuviera las hileras de montañas que lo flanquean a ambos lados, no habría valle. Sería una meseta plana y uniforme sin hondura y sin variedad. El valle, para ser valle, necesita la montaña que le da sentido, le da realce, le da personalidad. El valle es valle porque hay montaña. La tierra es tierra porque hay cielo. La vida es vida porque hay Dios. Por eso para entender la vida hay que llegar a Dios.

Cada vez que he habitado en un valle con un pico sobre el horizonte me he sentido intranquilo, insatisfecho, incompleto hasta haber subido al pico. Pienso en la Collarada de Jaca, el Itzarráiz de Loyola, el Bémbodi Peak en Kodaikanal, el Perumal en Shembaganur, y el Gurushikar en Abu. Había que subir cuanto antes para entablar amistad, para completar horizontes, para adquirir visión. Una vez adquirida la visión, podía volver tranquilo al valle y vivir en calma la vida del llano. Ya tenía sentido porque la había visto desde arriba.

El valle es distinto después de subir a la cima. El valle no ha cambiado, pero he cambiado yo. ¡Qué pequeña era desde arriba aquella piedra en que un día me tropecé! ¡Qué clara se ve ahora aquella curva del camino en que una vez me equivoqué y me perdí por no ver la dirección verdadera! ¡Qué derecho el curso del río a través de tantas vueltas y revueltas que de cerca desorientan con su caprichoso girar! ¡Qué proporcionado el pueblo, qué cercanas sus esquinas, qué bello mi hogar! Todo adquiere valor desde la altura, porque todo encaja, todo resalta, todo completa a todo. La visión desde la cumbre es el secreto de la vida en el valle.

Seguiré subiendo a las cumbres de la vida. Una y otra vez. Que no se me pierda la visión desde lo alto. Alpinismo espiritual.

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