Jesús, dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.
RESONAR DE LA PALABRA
Vamos a ser sinceros. Si echamos una mirada a nuestra historia, la historia de los países católicos, la historia de nuestros pueblos y ciudades, la historia de nuestras familias, no le hemos hecho mucho caso a lo que Jesús nos dice en el Evangelio de hoy.
Salvo algunas honrosas excepciones, hemos aplicado concienzudamente lo que se nos dijo, aquello de “ojo por ojo y diente por diente”. Si nos han atizado un golpe, pues le hemos atizado más fuerte de vuelta. En las dos guerras mundiales lucharon cristianos en los dos bandos. Y no pararon de darse palos y de responder, o al menos intentarlo, más fuerte a cada palo recibido.
Digo que ha habido honrosas excepciones. Hemos tenido santos en nuestra historia. Es verdad. Pero en el conjunto no son más que eso, excepciones. Enseguida, para que no haya peligro alguno de dejarnos llevar por su ejemplo, proclamamos que hay que ser buenos pero no primos y cosas por el estilo. Y nos quedamos tan frescos.
Propuesta para este lunes: que tal si intentamos por unos días –sólo por unos días, como quien prueba una lavadora u otro producto– seguir lo más central del consejo de Jesús: al que te ofende o te abofetea, preséntale tu perdón.
Se me ocurre que empecemos a aplicar este consejo, tan sencillo, en los conflictos que hay en nuestra familia o con esos vecinos con los que estamos enfadados o con los compañeros o compañeras del trabajo...
Quizá a estas alturas somos conscientes de que la aplicación del “diente por diente y ojo por ojo” no soluciona nada. Sólo incrementa el nivel de conflicto y de violencia. Como decía uno, la aplicación de ese principio sólo puede tener un fin: que todos nos quedemos sin dientes y sin ojos, lo que no es una muy buena perspectiva.
Vamos a intentarlo. Perdonar sin medida, acoger, usar la misericordia y dejar de lado la venganza, la ira, el odio, que nos reconcomen por dentro y a veces nos hacen más daño a nosotros que a los supuestos destinatarios de nuestras inquinas.
Es posible que nos terminemos dando cuenta de que los consejos de Jesús son en realidad consejos llenos de sentido común que, llevados a la práctica, nos ayudarían a todos a vivir más en paz y más felices.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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