Santos Marcelino y Pedro, mártires
San Pedro ocupó un lugar destacado en la Iglesia primitiva porque fue establecido como base fundamental de la Iglesia y cumplió una misión específica de servicio y autoridad. Después de la resurrección, el Señor se apareció “a Pedro, y luego a los doce” (1 Corintios 15, 5). Si bien este apóstol tuvo una vocación propiamente suya, aquello que experimentó al ver a Jesús resucitado también lo compartirían los demás. Este pasaje apunta al futuro de la Iglesia y al establecimiento de una estructura basada en el orden de Dios, orden que continúa hasta hoy personificado en el Obispo de Roma.
Pedro fue llamado a dirigir la Iglesia porque reconoció que Jesús era el Señor resucitado y Cabeza de la Iglesia. En el diálogo de Cristo con Pedro se nos permite vislumbrar lo que pensaba el Señor acerca del cuidado pastoral del rebaño. Cristo es el verdadero Pastor (Juan 10, 11) y cuando Pedro le asegura tres veces que lo ama, Jesús le confía la misión de ser el pastor principal en la tierra.
Cristo daba a entender que su Iglesia era una comunidad que tiene una estructura visible en este mundo, pero también que había una realidad más profunda: su propio Espíritu Santo habitaría en todos los creyentes, les comunicaría su vida y los uniría a él y entre sí. Cuando el Espíritu descendió con despliegue de poder y amor, los discípulos recibieron la fuerza del Espíritu para actuar con amor abnegado y desinteresado. Esta dinámica de servicio y autoridad basada en el amor es la esencia misma de la parte que nos toca a nosotros en el sacerdocio de Cristo.
Todos podemos participar en este “profundo misterio” de unión, que en la Escritura se compara con el amor que une a los esposos (Efesios 5, 28-32). La acción del Espíritu Santo nos va asemejando cada vez más a Jesús y nos capacita para soportar las pruebas que a veces provocan la predicación del Evangelio y el servicio al prójimo en la iglesia doméstica de la familia y en la comunidad cristiana. Pero, por nosotros mismos, no podemos entender esta llamada ni ponerla en acción.
“Jesús mío, hoy me preguntas si te amo. ¡Sí, Señor, te amo con todo mi corazón! Quiero decírtelo no sólo con palabras, sino con toda mi vida: te amo, creo en ti y en ti confío.”Hechos 25, 13-21
Salmo 103(102), 1-2. 11-12. 19-20
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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