viernes, 9 de junio de 2017

Meditación: Marcos 12, 35-37


San Efrén, diácono y doctor de la Iglesia

Si el mismo David lo llama ‘Señor’, ¿cómo puede ser hijo suyo? (Marcos 12, 37)

En estas pocas palabras, Jesús demostró que el Mesías pertenecía a un orden muy superior a todo lo que la gente podía haberse imaginado. El término “Mesías” se había aplicado desde hacía siglos primero a los reyes de Israel y luego al sumo sacerdote. Sin embargo, en el templo mismo, donde el sumo sacerdote ofrecía sacrificios, y en la propia ciudad donde reinó David, Jesús anunció que el Mesías, que era el cumplimiento de todas las esperanzas del pueblo, no sería un hombre como los demás, como los reyes y los sacerdotes del pasado, sino un ser muy superior.

Citando un salmo en el cual David expresa respeto y honor no solo a Dios (“el Señor”), sino también a otra persona (“mi Señor”) cuya relación con Dios era sumamente íntima (por estar sentado a su “derecha”), Jesús demostró que David esperaba a Uno que era aún más importante que él mismo.

En efecto, sería el “Señor”, que vendría con la autoridad y el poder de Dios; no solo el Mesías ungido de Israel, sino el Soberano de todos los pueblos. Su Reino superaría con creces al de David, tanto en amplitud como en calidad, porque no solo gobernaría todas las naciones, sino que reinaría con paz y justicia sin fin. Los antiguos enemigos del hombre, el pecado y la muerte, perderían su dominio, y la rectitud y el amor de Dios pasarían a ser la ley de la nación.

Los cristianos de hoy, que vivimos después de la resurrección de Cristo, sabemos que Jesús es este Mesías prometido, el Señor y Soberano del universo.

En la cruz, Jesús derrotó a todos nuestros enemigos e inauguró el Reino de los cielos; él es el Ungido en quien se posa el Espíritu del Señor y, en él, nosotros también somos ungidos con el Espíritu y transformados en “estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada a Dios y pueblo de su propiedad” (1 Pedro 2, 9). Pídele hoy, hermano, al Espíritu Santo que te revele a Jesús como tu Mesías y Señor, porque su mayor deseo es abrir para nosotros las riquezas del conocimiento de Cristo y nuestra herencia como hijos e hijas de Dios.
“Santo Espíritu de Dios, te ruego que llenes mi corazón del conocimiento de Jesús. Permíteme conocerlo tal como él es, nuestro divino Señor y Mesías.”
Tobías 11, 5-17
Salmo 146(145), 1-2. 6-10

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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