San Mateo sitúa el Sermón de la Montaña poco después de las tentaciones del Señor, probablemente tratando de demostrar que las enseñanzas de Cristo no eran principios teóricos ni meros preceptos filosóficos, sino fruto directo de su experiencia personal.
Este es el centro de la enseñanza de Jesús sobre los pobres y los perseguidos por causa de la justicia y del Evangelio, y los que estarán un día en el Reino: los que sufren, los pacíficos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de corazón puro y los que aman de una manera sencilla.
De modo que, al contrario de lo que propone el mundo, somos bienaventurados cuando no vamos en busca de las riquezas y somos justos y pacíficos, porque así seremos proclamados hijos de Dios. Pero este estilo de vida no es solo para un día, sino para todos los días. ¿Dónde estamos ahora? ¿En qué medida somos bienaventurados? ¿Estamos ya ahora en el Reino?
En las bienaventuranzas, Jesús enseñó lo que significa para el creyente vivir según el poder del Espíritu Santo. Por ejemplo, los pobres de espíritu saben que ellos carecen de lo que es necesario para hacer la obra de Dios en la tierra. Por eso, claman al Señor pidiendo fortaleza. Los que se duelen por sus pecados anhelan recibir el perdón y la consolación de Dios. Los de corazón limpio y los que sufren por hacer lo bueno y rechazar lo malo, podrán ver a Dios. Ninguna de estas actitudes se practica en el aislamiento, sino en el ajetreo de la vida diaria, al tropezar con el pecado en el mundo y con la oscuridad en nuestro propio corazón.
Dios conoce nuestros padecimientos y nos pide que nos apoyemos en él. A su vez, nos promete darnos fortaleza y librarnos, para que vayamos creciendo según el modelo de su propia imagen. No nos escudemos tras nuestras propias pruebas; confiemos más bien en Jesús de todo corazón para que también seamos de los bienaventurados de Dios. Cada vez que nos enfrentemos cara a cara con el pecado, corramos a refugiarnos en los brazos de nuestro Padre, que no sólo nos perdona, sino que nos llena de su gracia y su amor.
“Padre eterno, sé que hay millones de creyentes que están sufriendo hoy mismo por su fe en tu Hijo. Envía tu Espíritu Santo a consolarlos y darles fuerzas cuando te pidan ayuda.”2 Corintios 1, 1-7
Salmo 34(33), 2-9
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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