San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia
En el Evangelio de hoy, San Mateo nos recuerda aquellas palabras en las que Jesús habla de la misión de los cristianos: ser sal y luz del mundo. “¿Yo… ser luz del mundo? No creo realmente que yo pueda serlo. Me faltaría mucho por mejorar y llevar una vida realmente recta y santa. Estoy seguro que ni siquiera llego a la mitad de la altura de eso. ¿Cómo podría serlo yo?”
¡Tranquilo! No se trata de tener que “hacer cosas” heroicas para ser luz, sino dejarse guiar por los frutos del Espíritu Santo: amor, paz, bondad, compasión, solidaridad, servicio y hacerlo por amor a Cristo. Así se es luz y sal de la tierra.
La sal, por un lado, es este condimento necesario que da sabor a los alimentos: sin sal, ¡qué insípida es la comida! Antes de que existieran los refrigeradores, la sal era un elemento indispensable para la conservación de los alimentos, porque tiene la propiedad de evitar la descomposición o corrupción. A esto se refiere Jesús cuando nos dice: Ustedes son sal en el mundo, es decir, quienes hacen sabrosa la vida y evitan la corrupción.
Pero, ¿cómo hemos de ser sal de la tierra? El cristiano ha de darle sabor a la vida, mostrar la alegría y el optimismo sano de quien se sabe hijo de Dios, que todo en esta vida es camino de santidad; que las dificultades, los sufrimientos y los dolores nos ayudan a purificarnos; y que al final nos espera la vida de la gloria, la felicidad eterna.
Y, también como la sal, el discípulo de Cristo ha de trabajar para evitar la corrupción: donde se encuentran cristianos de fe viva, no puede haber injusticia, violencia ni abusos hacia los débiles… Todo lo contrario, ha de resplandecer la virtud de la caridad con toda la fuerza: la preocupación por los que sufren, la solidaridad, el perdón, la generosidad…
El cristiano es luz del mundo cuando su vida práctica es un ejemplo que, como una antorcha, proyecta la luz de la verdad en cualquier parte del mundo, mostrando el camino recto hacia la salvación. Allí donde antes sólo había tinieblas, maldad e incredulidad, nace la claridad, la certeza y la seguridad.
“Señor mío Jesucristo, úngeme con tu Espíritu Santo, te lo ruego, para que con mi testimonio de vida yo sea luz y sal para los demás en mi familia, el trabajo, la escuela, la comunidad y la parroquia.”2 Corintios 1, 18-22
Salmo 119(118), 129-133. 135
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario